La periodista debuta como poeta con El Paisaje es un Espejo (Cástor y Pólux, 2021), un registro casi fotográfico del ocaso de una relación de pareja.
Por Karmele Ruiz de Gopegui
Fotografia portada / Juan Sebastián Domínguez
“Hay pocas imágenes que valgan más que mil palabras”, decía Susan Sontag. A Sandra Bustos Gutiérrez (Santiago, 1973) le bastan unas pocas para crear ante nosotros un delicado álbum de recortes de todos esos momentos que, sutil pero inexorablemente, van pavimentando el camino que desembocará en el fin del amor.
Durante el año 2021 la Editorial Cástor y Pólux, liderada por la escritora Paula Ilabaca y el poeta y editor David Villagrán, inauguraron la colección “Sepia”, que reunirá a autores y autoras que durante la pandemia se han visto en la necesidad vital de reubicar la escritura en sus vidas y darle un destino publicando un libro. En sus clases y talleres, Paula se topó con manuscritos de una potente e interesante factura poética y narrativa, pues sus autores y autoras les habían dedicado tiempo para corregirlos y editarlos en diversos talleres literarios a los que habían asistido. Es así como la colección “Sepia” se presenta como un trabajo en comunidad, tanto en el diseño de la colección, como en prolongar ojalá a más autores y autoras esta invitación.
Sandra Bustos Gutiérrez, con su libro El paisaje es un espejo, inaugura esta colección.
–En un mundo que rinde culto a la figura del poeta joven, y más aún a la de la mujer (muy) joven, tú aterrizas en el panorama literario en un momento muy diferente de tu vida. ¿Cómo te enfrentas tú al trabajo poético, y a la exposición consecuencia del mismo, desde ese lugar?
-La edad es un parámetro cada vez más flexible. Recién leí el libro Chicas en tiempos suspendidos de la argentina Tamara Kamenszain, que dice: “Chicas es una palabra dulce/ que no tenemos que dejar de lado/ aunque nuestra edad la desmienta”. Me identifico mucho con ese espíritu. Me gusta pensar, además, que hoy día hay una mayor apertura para la conversación creativa entre generaciones. Es interesante conocer en qué están las generaciones más jóvenes. Considero que enfrento mi trabajo desde la curiosidad, la lectura y la escucha de los otros. Ahí, ya sea por similitud u oposición, hay reflejos, están nuestros espejos.
Respecto de la exposición, que tampoco es tan potente si hablamos de publicar poesía, o quizás pueda ser hoy entre los pares; la enfrento con tranquilidad. Tuve la oportunidad de publicar antes narrativa y no lo hice, entonces sentí que este era el momento. Lo estaba pensando, y cuando tomé un taller con Paula Ilabaca, mi editora, me pidió que le mostrara lo que tenía y me dijo “aquí hay un libro y me gustaría publicarte”. Fue sincrónico.
–El Paisaje es un espejo comienza en amplios espacios abiertos, para recluirse después en una asfixiante intimidad ¿Qué importancia tienen en tu poesía los espacios físicos?
-Los espacios son generadores de historias, de momentos, de emociones, a veces de refugio y también de caos. Mi personalidad es muy contemplativa en lo esencial, me gusta “estar”, habitar, observar. Los espacios físicos son lugares donde poner el cuerpo, pero también donde detener la mente y alejarla del ruido no íntimo. He tenido la oportunidad de viajar por todo Chile por trabajo y me encantan los espacios naturales no turísticos, creo que ahí se manifiesta lo místico. Soy bastante claustrofóbica, de niña odiaba los ascensores, no puedo vivir en espacios sin ventanas grandes, pero entiendo la intimidad del espacio amplio de la naturaleza de una manera muy similar a como entiendo la intimidad de la pieza personal, siempre y cuando entre mucha luz. Es más, creo que en mi poesía siempre hay ventanas.
–La hablante lírica acaba por salir de nuevo al exterior, pero ese resurgir culmina dejando en ella cierto desencanto ante la vida. ¿Nada puede perdurar?
-La poeta norteamericana Elizabeth Bishop dice que con los años nos hacemos expertos en el arte de perder: las llaves, casas, la voz de quien amamos. Probablemente ese tono o hablante lírica, como dices, se vio agudizado porque terminé de editar el libro en plena pandemia, tiempo de incertezas. Pero creo en la belleza de lo efímero. Hace un tiempo descubrí la palabra japonesa Yugen, que significa algo así como la misteriosa belleza del universo y la triste belleza del sufrimiento humano. Ambas cosas parecen estar conectadas con un hilo invisible.
-La palabra y la literatura acompañan a la voz lírica a lo largo de todo el texto: hablas de habitar las letras, de temer los versos que esperan sobre la cama, del libro abandonado en el velador… ¿Qué voces te acompañaron a ti durante la escritura?
-Siempre he sido una lectora de mujeres, de hecho me llama la atención ese discurso de “mujeres lean mujeres”, probablemente porque yo no estudié literatura, ni psicología, soy periodista y me muevo por mis intuiciones y lo que escucho. No tengo el peso del canon académico, que ha silenciado lo femenino. Mis poetas de siempre son las confesionales, especialmente Anne Sexton. También Pizarnik y la argentina Susana Thénon, que es una de mis favoritas. Levertov, Sharon Olds, Anne Carson, la poeta de Valparaíso Ximena Rivera Órdenes, y Susan Sontag, que tiene una mirada sobre las imágenes y la fotografía que me interesa mucho… fueron algunas de las lecturas que me acompañaron durante la pandemia. También compartí en talleres de escritura y lectura de las poetas chilenas Julieta Marchant, Victoria Ramírez y Paula Ilabaca. De ellas aprendí muchísimo y me abrieron un mundo, junto a mis compañeras y compañeros de taller. Compartí el proceso con otros artistas no solo del ámbito de la literatura, también visuales. Me interesa ese tránsito de ideas que se da entre creadores.
-Escribiste este libro a lo largo de varios años. ¿Cómo se articula un proceso de escritura tan dilatado en el tiempo? ¿Cómo ha ido cambiando el texto y tu propia posición respecto a él?
-Creo que esa suspensión del tiempo que fue la pandemia fue lo que me permitió recoger todos los retazos de momentos de escritura que están en este libro y darles una unidad. Efectivamente hay poemas que tienen 20 o más años, pero fueron trabajados en los últimos dos, ahí es donde entra el trabajo técnico en la creación. Creo que es en la selección de los poemas donde se desechan cosas porque perdieron sentido o parecen anacrónicas. Honestamente, fueron otros los que me ayudaron a darme cuenta de la unidad, cruzada por ejemplo por las imágenes, por el paisaje. Me reencontré con esos versos de mi afición a la fotografía.
-Si el paisaje es un espejo, ¿qué se ve ahora mismo desde tu ventana?
-Veo mucha escritura, espacio para escribir. Enlazando con tu pregunta inicial, hoy tengo algo que no tenía antes: más tiempo y espacio mental para escribir. A las mujeres mientras sostenemos un hogar y criamos nos resulta muy difícil tener ese tercer tiempo que es el creativo. Tenemos un cuarto propio, por el sustento económico, pero no tenemos el silencio mental que requiere la creación.
Karmele Ruiz de Gopegui nació en Bilbao (España) en 1987. Ha participado en los talleres de la escritora Paula Ilabaca. En 2021 recibió el XIV Premio Internacional de Poesía Fundación Jesús Serra, además de ser seleccionada para una antología de poema en prosa de próxima publicación en Chile. Actualmente cursa estudios de literatura en la Universidad de Chile y trabaja en su primer poemario.