Ricardo Higuera de Hombres Tejedores: “La masculinidad tradicional es castradora”

Ricardo Higuera (a la izquierda) junto a dos compañeros de Hombres Tejedores en el festival de Intervenciones Urbanas 100 en un día, en el Cerro Santa Lucía.


Por Alejandra Delgado

El periodista Ricardo Higuera (38) es parte del colectivo Hombres Tejedores, que surgió a principios de 2016 en Chile con la intención de romper con los estereotipos de género. Integrado por 10 hombres de entre 25 y 45 años, hay en este grupo nutricionistas, diseñadores, periodistas, ingenieros, actores, sicólogos, kinesiólogos, bailarines. Para Ricardo, el tejido es una metáfora sobre la posibilidad de “tejer y retejer la vida”. Desaprender lo que ha sido enseñado como ley, y casi siempre impuesto por medio de una violencia normalizada.

Hoy reside en Lisboa donde ha intentado instalar la práctica, pese a la resistencia conservadora de la sociedad portuguesa, según dice. Recientemente, se adjudicó un premio de 700 euros para implementar talleres de tejido para hombres, mujeres y niños en escuelas de esa ciudad.

En Nuevas masculinidades: símbolos, representaciones y narrativas en el contexto actual, describe en formato de ensayo lo que ha ido investigando acerca de la crisis de la masculinidad tradicional que se inicia a partir de la década de 1970 (en especial en Estados Unidos). Desde la distinción fundamental entre sexo biológico y género, asegura que algunos hombres se están rebelando a la forma tradicional de ser y actuar de su género, dando paso a lo que hoy se conoce como nuevas masculinidades.

“La nueva masculinidad tiene que ver relacionarte con tu compañera, tu compañero desde otro lado”, dice en esta entrevista.

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¿Qué aspectos de la masculinidad han sido cuestionados por ti? ¿Cuándo surge esta necesidad de rebelarte?

-He estado envuelto desde chico en un mundo masculinizado. Un primer gran portazo que recibí en términos de la masculinidad y su narrativa fue en el colegio. Todo lo que fuera diferente a lo que pertenece al código masculino era raro: ser deportista, jugar a la pelota, que te guste ir a perseguir a las chicas a los colegios de mujeres, tradiciones típicas del Instituto Nacional donde yo estudié de 7º a 4º medio. Entre los 12 y los 17 años. Mi nivel de conciencia en cuanto a la problemática no estaba en mi cabeza, no existía en ese entonces. Es parte de cómo se va entramando esta narrativa de la masculinidad y de cómo los hombres no nos damos cuenta de cómo empezamos a actuar de una manera bien nefasta en nuestra relación con otros. Nos convertimos en hombres competitivos, en personas que no le dan el valor que merece a la emocionalidad, a los sentimientos, a las relaciones humanas con otros hombres y con otras mujeres.

Hoy entiendo lo que tuve que pasar en el colegio. Hoy lo critico porque estoy en otro contexto, mi cabeza está más abierta y estoy reflexionando sobre esto. Puedo ver con el tiempo que, en entornos donde esta construcción de masculinidad está tan instalada, existe muy poca posibilidad de cuestionarlo. En tiempos del colegio no lo cuestionábamos. Yo pertenecía al bando de los pelotudos, los que se burlaban de la gente, de los afeminados, de cualquier cosa que se escapara de la estructura masculina. Mi proceso vino mucho tiempo después. Entender lo que está pasando conmigo como hombre en esta sociedad y en relación con otros hombres también, es un proceso reciente, de tres o cuatro años. Me he desenvuelto en ambientes en los cuales, independiente de sentirme más cerca de mi sensibilidad y de aplicar otras formas de relacionarme con las personas, el machismo está tan instalado que a veces la lucha se hace un poco más compleja. Tienes que pelear harto para deconstruir y para armar. En particular, he trabajado más conscientemente sobre la crisis de la masculinidad a partir de mi ingreso al colectivo Hombres Tejedores.

Hay una idea que leí en tu ensayo, donde citas el libro de Keith Thompson, Ser Hombre: “La masculinidad es una mentira castradora, destructiva en su propia naturaleza, emocionalmente perjudicial, socialmente dañina”. ¿Crees en la abolición o en la deconstrucción de esta mentira de la masculinidad?

–Siento que la masculinidad tradicional es castradora. La narrativa de la masculinidad, tal como la entendemos hoy en día, es mutiladora. Lo que provoca no sólo en los hombres, sino en la sociedad en general, es formar personas bajo parámetros que apuntan a lo contrario a lo que yo aspiro en esta etapa de mi vida: formar comunidad, trabajar en coordinación con otro, otra; reconocer mi emocionalidad y vivirla de manera honesta y transparente. La masculinidad tradicional es todo lo contrario: te dice que jamás debes mostrar que eres débil o que eres una persona que necesita ayuda. Te enseña a no reconocer tu emocionalidad, ni a vivirla. Las amistades se forjan en competencias, en quién atina con más niñas en una fiesta, por ejemplo. Me acuerdo en el colegio que era una revolución ir a las fiestas los días sábados a colegios de mujeres.  Y el lunes, cuando te fumabas el cigarro en el Metro con tus amigos, hablabas de cuántas mujeres te habías “agarrado”. Así, con esas palabras. A los 15 ó 16 no tienes esa consciencia para poder reflexionar. Hoy, con 38 años, aparte del trabajo personal, cuando mis cuatro sobrinos pequeños me cuentan de sus amigos y amigas, y siento que se están pasando a una línea machista o masculinizada, trato de frenarles e intentar que conversemos sobre la manera en la que se refieren a sus compañeros u otras personas. Y que tomen ese minuto para reflexionar. 

Cuesta creer que los estereotipos construidos por siglos van a ser deconstruidos en corto plazo. El rechazo o burlas surgidas tanto por hombres como por mujeres a la cuarta ola feminista en Chile, el énfasis en la idea de radicalidad y no en el fondo de la reflexión que pone en escena, da para pensar en tiempos largos…

–El otro día reflexionaba sobre por qué a la gente le da miedo la palabra radical. Ha tenido una connotación negativa. Pero finalmente el tema del miedo impuesto en la sociedad es otro dispositivo que nos mantiene bajo control. La gente huye de la palabra radical porque eso significa hacer un cambio por completo y a la gente le da susto hacer esos cambios. Siento que, con lo que he ido investigando, de la manera en lo que lo he ido viviendo, he podido ir deconstruyendo, desaprendiendo lo que aprendí para reaprenderlo de una manera distinta. Ese ejercicio tiene un enorme valor, porque en la medida en que yo hago el ejercicio de desaprender lo que tengo incorporado, me doy cuenta qué es lo que quiero sacar y reflexiono por qué estoy desaprendiendo lo que tengo aprendido y trato de girar.

 

Hombres en la misma sintonía

¿Qué es lo que más te ha costado desaprender?

–Lo que más me costó fue en lo laboral. Durante mucho tiempo, en mi trayectoria como profesional, me vanagloriaba de ser una persona que quería que todo saliera perfecto y estar presente en todos los procesos en los cuales tenía que estar involucrado. Ya sea si se tratase de un proyecto personal o si yo era parte de un equipo, quería que todo saliera perfecto. Y eso implicaba hacerme “bolsa” trabajando. Inconscientemente, quería ser reconocido como un hombre exitoso, como alguien que sacrificaba su bienestar personal por ser un hombre “capaz”. Hoy estoy presente en los procesos en los que participo de otra manera y encuentro un sentido a eso. En Hombres Tejedores, por ejemplo, trabajo un montón con y por el grupo, porque siento que el trabajo que estamos haciendo como colectivo es importante. Pero ya no tiene que ver con el reconocimiento, sino con entender que el trabajo colectivo es súper relevante y me emociona, porque es un grupo de hombres que está en la misma sintonía.

La represión de las emociones ¿qué efecto ha tenido para ti?

–Durante mucho tiempo -y todavía me queda un poco de eso- tenía una doble forma de relacionarme. Por un lado, era un hombre extrovertido y simpático, el alma de la fiesta. Sin embargo, enfrentado a situaciones donde mis emociones se veían comprometidas, como cuando me gustaba alguien, o cuando tenía que hablar temas profundos con una persona, me retraía profundamente. Prefería no hablarlo, no prestarle atención. Estar consciente es un trabajo constante, porque la herida es muy profunda. Me hirió un montón mi autoestima, mi confianza, entonces he tenido que hacer un trabajo bien importante de reconocerme, aislado del resto para poder encontrar esos puntos fuertes y reintegrarme desde otra perspectiva.

¿Tuviste que alejarte de la “manada”?

–Sí, tuve que lejarme de la manada. Siento que es súper importante y necesario.


Las representaciones, los símbolos y las narrativas de esta hipermasculinización, lejos de decrecer, parecieran ir aumentando ¿Qué significa entonces hablar de nuevas masculinidades en este contexto?

–En lo que me dices hay un factor muy relevante, está todo muy entrelazado. Siento que en las personas esta hipermasculinización está muy apalancada por su ego. La tecnología ha sido el principal canal para que esto se manifieste, porque ahora los hombres están mucho gimnasio, copete, minas. Hay una exacerbación y una competencia de ser mejor en todo. Eso se está viendo mucho más.

Y de poseer el cuerpo y la vida de las mujeres…

–Totalmente. Hay un factor de competitividad que atraviesa la vida de los hombres hoy en día y que se demuestra en cómo tener el mejor cuerpo, la mejor pega, ir a los mejores lugares de vacaciones, sacar la mejor foto de Instagram en los lugares más exclusivos. Siempre hay un componente de querer ser el mejor y creo que ese es el elemento más difícil de deconstruir en este proceso. El surgimiento de estas nuevas masculinidades pasa por hombres que estamos trabajando por encontrar espacios de reflexión y de análisis dentro de lo que estamos siendo y haciendo, sin culpabilizarnos, porque finalmente esta narrativa de la masculinidad viene impuesta desde hace mucho tiempo.

Cerca de 4.000 años según algunas teorías…

–¡Imagínate! Pero con la consciencia precisa de que se puede hacer un cambio. Creo que ahí está la clave. En la investigación que he hecho, he visto diversos grupos de hombres que están trabajando por eso. Aquí en Portugal encontré uno que se reúne a conversar, una especie de círculo protegido y respetuoso donde hablamos lo que nos pasa a los hombres entre hombres. Siento, por un lado, que es súper bueno que existan esas instancias, porque hay muchos hombres que necesitamos hablar con otros hombres sobre lo que nos pasa. Por otro lado, siento que es muy triste que se tengan que armar estos espacios para tener que conversar obre la vida misma, siendo que la vida misma es así nomas. Veo esa dualidad. Es bueno que existan los espacios, pero es la consecuencia del daño que ha producido esta narrativa masculinizante tan instaurada en la sociedad y en las personas.

Ricardo Higuera tejiendo en el Festival de Innovación Social (FiiS) que se realizó en Santiago en noviembre de 2016.

¿Y se cuestionan sus privilegios como hombres en esas conversaciones?

–Pasa que aquí en Portugal ha sido un experimento. Uno tiene el prejuicio de que la gente en Europa es evolucionada mentalmente, que está todo pasando. Efectivamente, es un país que tiene resueltas muchas cosas en términos legislativos o en términos de diversidad sexual, todo está regulado legalmente. Sin embargo, es una sociedad aferrada al pasado, es muy conservadora y machista todavía. No puedo generalizar si se cuestionan o no esos privilegios, pero en la experiencia que he tenido, sí existe esa consciencia de que hemos crecido en distintas partes del mundo en una narrativa que nos ha puesto como hombres con una posición de poder, sin pedirlo. Y es algo que hay que mirar para poder construir relaciones desde otro lado. Acabo de terminar un curso en igualdad de género y precisamente el tema de la masculinidad no está presente en los módulos. Y ¿por qué no está?

¿Quizás porque lo que ha existido es la supremacía de lo masculino y lo que se está cuestionando es otro tema? No digo que no sea relevante, puede estar siendo muy importante para alguno de ustedes. Pero ¿qué pasa con lo que se está cuestionando con el género como construcción social, el género binario y todo aquello? También es tema a considerar…

–Es verdad eso. El otro día conversaba con la directora del Centro de Estudios de Género acá en Lisboa y ella dice que, en el fondo, a pesar de no ser reciente el tema de las nuevas masculinidades, hay poca investigación en Portugal. Y yo siento que eso es una tarea pendiente que hay que hacer aquí. Lo del género binario y sobre a qué adscribir es otra discusión. Hablar del género también es hablar desde lo masculino, hay un gran trabajo y una deuda histórica con el acceso igualitario a las mujeres a muchas esferas de la vida y también hay que encontrar el espacio para reflexionar sobre qué pasa con los hombres que no están cómodos viviendo en una sociedad machista. Te encuentras con ese portón todos los días.


Tejiendo nuevas relaciones

La heterosexualidad también es parte de este constructo binario que tiene un alcance evidente en la profundización de los estereotipos y sus lamentables consecuencias: homofobia y transfobia (entre otras) ¿De qué manera se presentan alternativas desde el lugar en el que tú estás actuando como Hombres Tejedores?

–La primera reflexión que me surge de eso es que esta heteronorma es bien nefasta, porque lo que escapa a ella es señalado, excluido de la sociedad y tiende a lo que tú señalas: las fobias. Lo que pasa en esa línea argumental es que en esa relación en la que mujer siempre ha estado en una posición desprivilegiada respecto del hombre, todo lo que tenga que ver con el mundo de las mujeres o lo femenino también está en posición de desigualdad. Si nos enfrentamos a tantos crímenes de odio frente a homosexuales o transgénero, es porque existe esta homologación de que lo homosexual es femenino. Como lo femenino está en desmedro de lo masculino, es inferior y, por lo tanto, no me sirve, entonces lo saco de la sociedad. Se produce un círculo nefasto. He visto acá en Portugal que existe una exacerbación de lo femenino en forma política y de lucha, de salir a la calle y demostrarlo. El mundo queer y de los drag queens está haciendo un trabajo de transformar esto en una cuestión política. Las estructuras rígidas son las que están cayendo y eso está permitiendo que existan nuevas formas de expresión. Pertenecen a lo que Bauman llamó como modernidad líquida: estas estructuras rígidas ya no forman parte de lo que somos como sociedad, sino que vivimos en un flujo permanente. Eso, en términos identitarios te lleva a asumir distintas posturas o elementos que constituyen tu identidad. Vemos con más frecuencia personas que evitan autoreconocerse como heterosexuales o te dicen “hoy soy heterosexual, pero mañana no sé”.  Parte de toda esta crisis no tiene que ver con la masculinidad. Esta crisis identitaria genera que las personas pierdan este temor lentamente. Uno se mueve en estos círculos en los que se habla más estas cosas, y se siente, pero la pelea es titánica. Siento que con el paso del tiempo, cada vez más estaremos escuchando sobre este tránsito, esta posibilidad de la gente de ir deconstruyendo y construyendo su identidad.

 

Taller de tejido para hombres en Berlín, julio de 2017.


¿Qué representa para ti el colectivo Hombres Tejedores? ¿Qué es para ti ser un hombre?

–¡Upa!…Voy a responder lo segundo primero. Adscribiendo a la teoría clásica biológica estoy optando por decir que soy un hombre biológico, en términos de aparato reproductor. Biología pura. Es una definición bien inicial. Siento que un hombre puede ser lo que quiera ser. Me llama que los hombres tengan la capacidad de experimentar y de ir construyendo y deconstruyéndose, teniendo en cuenta que las condiciones y los contextos de las personas también cambian.

Para mí, hoy cobra valor que una persona tenga capacidad crítica del ecosistema en el que fue criado. Que tenga la capacidad de reflexionar, de estar en desacuerdo y querer armar un propio sistema de vida en tanto no dañe a otros. Es una búsqueda de felicidad como sea que quieras vivirla. Para mí, hoy esa felicidad está en tejer, antes yo hablaba de articular. Y eso se mezcla con la otra pregunta que me habías hecho, porque más allá de aprender una técnica de tejido -que fue lo que aprendí a través de Hombres Tejedores en unos talleres que tomé allá por el año 2016- lo que me ha permitido ser parte de este colectivo es abrirme la cabeza sobre todo lo que hemos conversado en esta entrevista.

Es una conversación que antes de Hombres Tejedores no la hubiera tenido de forma tan consciente. Puedo haber tenido críticas, haber pensado, conversado con amigos, haber dicho que los hombres heterosexuales son como el hoyo, pero hablas desde un estado en el que no estás profundizando. Lo que me ha permitido Hombres Tejedores es darme ese espacio para entender que la metáfora del tejido es la vida misma. Que vas tejiendo tu vida, tus relaciones, tus emociones con otros, tu forma de conseguir las cosas. Vas tejiendo y destejiendo, o retejiendo. Es un proceso bien bonito, porque cuando vas tejiendo y te sientes incómodo con algo, quieres cambiarlo y puedes deshacerlo y hacerlo de una manera diferente. Es el mayor valor que veo a nivel personal de Hombres Tejedores. Y a nivel del impacto que tiene hacia la sociedad es algo que aún me sorprende mucho por varias razones. Una, porque hemos podido levantar el tema de la lucha contra los estereotipos de género y ha resonado en muchas partes. Hay personas que nos escriben desde distintos lugares del mundo y que valoran el trabajo, nos dicen que continuemos y que es importante el trabajo que hacemos. Otra de las cosas importantes y que ha sido quizás una de las cosas más sorprendentes es que a las mujeres les gusta mucho que los hombres tejan…

Eso puede sonar a estereotipo…

–No, para nada. Llegan bromas de mujeres que dicen “me gustaría tener un novio que teja”. Pero en el fondo, el sub texto es: tener un compañero que sepa tejer es tener un compañero que la entienda desde otro lado. Y eso es lo que hoy día con esta masculinidad tradicional todavía no pasa. La nueva masculinidad tiene que ver relacionarte con tu compañera, tu compañero desde otro lado.

Principalmente desde el respeto, la palabra y el cuerpo…

–Desde el tejer juntos, porque, finalmente cuando te digo que la metáfora del tejido es profunda, es porque esa mujer que dice que le encantaría que su compañero supiera tejer, es porque lo que pide es estar con alguien que quiera tejer la vida con ella desde otro lado. Más allá de que te digan “que buena onda que están tejiendo, se ven guapos”. Y al que le guste alimentar su ego está super bien. Yo, personalmente, no convivo mucho con eso.

El impacto del grupo tiene que ver con eso y ha sido algo muy orgánico, como el tejido. Comenzamos a tejer los primeros puntos en 2016 y estamos expandiendo el trabajo. Es una labor que a mí me llena por completo y que me ha costado instalar mucho acá en Portugal, porque los hombres y la sociedad portuguesa es muy anticuados y están instalados en una estructura machista y patriarcal. Acá las que tejen son las abuelas. Acá el hombre portugués no teje, ni siquiera las mujeres más jóvenes. Entonces hay mucho por “tejer” todavía, hay mucho por hacer. El tejer es una metáfora demasiado profunda, porque tejido somos todos, el cuerpo, el cerebro, las venas, la piel. Vamos tejiendo nuestras relaciones con otros. Entonces la palabra “articular” la desaprendí y la cambié por “tejer”.

¿Cómo observan los feminismos desde este trabajo que hacen de retejer o tejer nuevos vínculos, nuevas confianzas y formas de relacionarse?

–Siento que, aún cuando ha habido una respuesta que ha superado las expectativas que ni siquiera tuvimos al inicio del trabajo colectivo, falta abarcar una parte importante de la población de hombres. Porque precisamente esos hombres prefieren evitar esa reflexión y esa conversación. Prefieren los espacios de privilegios y poder, y seguir perpetuando la lógica nefasta de la que hemos hablado. A nivel interno, cada integrante del colectivo tiene sus afiliaciones. Te diría que en el ADN de nosotros está el feminismo, claro que sí. Retejer una sociedad en igualdad de derechos es nuestro objetivo finalmente. Por eso, cuando decimos que queremos romper con estereotipos, tejer una sociedad más inclusiva  -ése fue nuestro primer eslogan- adherimos a la causa. Yo me reconozco feminista en construcción porque estoy aprendiéndolo y porque es doloroso aprender y te vas dando cuenta en el proceso de todo el dolor que hay detrás, de todo lo que ha significado levantar esta lucha. Hay una cosa que en general no me gusta de las personas que dicen “es que deberías pensar que tienes mamá, hermanas, hijas”. Sí, obvio que tengo que pensarlo, pero no es eso por lo que quiero abogar por igualdad de derecho entre hombres y mujeres, no es solamente porque tengo mamás y hermanas. Sino porque somos personas, porque es realmente importante tejer una sociedad en igualdad de derechos. Lo otro me parece reduccionista.

 

 

 

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