Por: Victoria Valenzuela, escritora.
“Cualquier cosa de lo que digan de este libro, lo que sea, no puede doler más de lo que ya duele mi vida”.
María Fernanda Ampuero
Pelea de gallos, (2018).
“No soy una escritora con disciplina”, afirma María Fernanda Ampuero, “nunca seré de esas personas que arman una rutina, que se levantan todos los días a las seis de la mañana y escriben sin parar hasta las dos de la tarde”. Desde el 14 de marzo se encuentra en Quito, lejos de su ciudad natal y sus redes más cercanas, dedicada a lo que ha hecho siempre: escribir. Aunque declare abiertamente que no se considera una verdadera narradora, su primera obra de ficción Pelea de gallos, que le ha valido un reconocimiento global que la sitúa dentro de las voces hispanoamericanas más interesantes de su tiempo.
Nació en Guayaquil, Ecuador, en 1976 y estudió literatura. De espíritu errante, ha vivido en diferentes países como España y Argentina, colaborando con numerosos medios internacionales, a través de columnas de opinión, crónicas y críticas literarias. “Todo sea por defender mi estilo de vida libre, donde no tengo ningún tipo de contrato que se adueñe de mi vida”.
–Tras más de veinte años escribiendo de libros, a los 42 publicas el tuyo ¿Cómo se produce el cruce desde la orilla del periodismo a la de la ficción?
– La literatura ha sido siempre el gran amor de mi vida, la única cosa que no ha cambiado jamás porque siento una especie de fascinación por las palabras, por la forma de las letras, por su dimensión estética y artística. Pero para atreverme a dar el paso tuvo que pasar un tiempo porque en mi país de aquellos años ser escritora no era una opción para nadie, por lo tanto, nadie me dijo nunca que esto podía llegar a convertirse en una carrera. Estudiar Literatura me abrió un mundo nuevo. En los primeros años escribía poesía y relatos, pero eran textos que consideraba muy privados, en los que me sentía desnuda y vulnerable.
Cuando por fin llegó el momento que estuve lista para compartir esto que consideraba tan íntimo, cometí el error de mostrarlos solamente a hombres. Fue como si siendo muy joven le mostraras tu cuerpo desnudo, con todas tus inseguridades, a quien que te maltratara, ya sea por que te critique o te ignore. Así fue como aprendí que mi cuerpo no era atractivo. Y esta metáfora la pensé hace muy poco, tras analizar por qué estuve tanto tiempo encerrada en un armario como narradora de ficción. Finalmente, llegué a la conclusión de que mi trauma fue el resultado de vivir en un país infame con las mujeres, un país que odia a las mujeres, un país en donde solo los hombres se publican, se homenajean y deciden lo que vale y lo que no. No es raro escucharlos hablar entre ellos con comentarios del tipo: “Ay, mírala, qué chistosa, qué curiosa”. Como si se tratara de una mascota que actúa personificando un ser humano. A veces me cuestiono cómo fue que teniendo tantas mujeres valiosas a mi alrededor no se me ocurrió nunca acudir a ellas.
–Desde un punto de vista simbólico, quizás buscamos reparar la herida con quien la ocasionó: el padre.
– Exacto. Buscas que sea tu padre el que te admire porque la admiración de otra mujer no cuenta. Imagínate que tuve una maestra que es considerada una de las mejores críticas literarias del país, a quien le debo el feminismo y que me introdujo a la literatura de voces como Rosario Castellanos, Sor Juana Inés, Santa Teresa y Virginia Woolf; y jamás se me ocurrió compartirle mis textos. A cambio, un escritor en quien confié lo único que me dijo fue “no entiendo por qué los costeños siempre usan el brother en sus cuentos”. Y nada más. No me dijo sigue escribiendo o no pierdas tu tiempo, de modo que me sentí súper avergonzada, sentí que no valía la pena, y que esa era una parte de mí que tenía que enterrar porque no era suficientemente buena y, por supuesto, nadie quiere ser un escritor mediocre. Así es que pasaron veintidós años de encierro hasta la publicación de Pelea de gallos, en cierto modo fue la manera que encontré para que mi ser adulta le dijera a esa jovencita: “ya no los escuches más, tú eres suficientemente buena como para seguir encerrada en un clóset”.
–Ahí quisiera detenerme. Es súper interesante lo que dices porque mi experiencia como lectora fue la de recorrer una realidad muy oscura, de subastas humanas o incesto de una madre con su hijo, y en espacios asfixiantes como dormitorios, cocheras, baños, galpones. Entonces pienso en esta analogía de escribir con la falta de luz, desde un clóset, con el resultado que obtienes en términos del claroscuro de estos relatos, como estar ante una obra de Caravaggio.
– Los escritores suelen trabajar unos años y publicar sus obras como resultados del intenso trabajo de unos meses o unos años. En mi caso este libro es el resultado de más de dos décadas de ebullición, con lo cual salir fue la eclosión de un volcán que estuvo controlado y cubierto de cenizas hasta que no pudo más. Y me conmueve pensar en el tiempo, porque a mí me tomó toda la vida estallar, los golpes que recibí en mi infancia, el momento en el que perdí la inocencia, lugares secretos, desamores. Así es que la forma en la que salió fue como una explosión, sin disciplina de escritura, sin una intención clara de publicar. Simplemente emergió desde el fondo de la tierra. Cuando salió Pelea de gallos, mi padre había muerto hacía tres años. Pienso que el hecho de que él no estuviera en el mundo, esa figura paterna que representa todo el patriarcado latinoamericano, me dio un impulso extra a mi necesidad de alzar la voz. Entonces podría decirse que ha sido mi manera de matar al padre.
–El Marqués de Sade ha dicho: “Si no se mata al padre y no se le hace el amor a la madre, es imposible que una obra merezca la pena de ser leída”.
– En el proceso de hablar sobre tu propia obra, también respondes cosas sobre ti misma. Y sí, es verdad que lo que tú dices porque la violencia recorre todo el libro como un fantasma, y también creo que es un libro que no le tiene que demostrar nada a nadie. No hay otro lugar más oscuro, lascivo y obsceno que estar parada frente a ti misma con tus propios demonios. Y yo tuve mucho tiempo para estar con ellos [risas]. Toda una vida. Entonces creo que no hay nada impostado porque ni siquiera tenía la pretensión de ser escritora.
No me importa nada, soy una mujer de más de cuarenta años, divorciada después de once años de matrimonio, que fue inmigrante indocumentada en un país donde la persecución a los inmigrantes latinoamericanos era feroz, donde la discriminación y el racismo eran brutales. Por lo tanto me dije: “cualquier cosa de lo que digan de este libro, lo que sea, no puede doler más de lo que ya duele mi vida”.
–¿Cómo fue que llegas a publicarlos?
– Como siempre ando necesitada de dinero, al ser freelance, vi que había un concurso de cuentos que daba una importante suma de dinero. Me dije que no perdía nada porque si no ganaba nadie se iba a enterar y si ganaba recibiría un ingreso que necesitaba urgentemente. Mi primer reconocimiento fue obtener el premio en un concurso titulado Hijos de Mary Shelley, en el que había que crear un monstruo y a mí se me ocurrió que Cristo podría ser una especie de monstruo creado por una mujer que se enamora de él, atribuyéndole características para engrandecerlo por medio de su propio empequeñecimiento. Después obtuve el premio Cosecha Eñe con el cuento Pelea de Gallos que se publicó en la revista, con lo cual la gente pudo leerlo y enterarse de que además de periodista, escribía ficción.
–¿Cuál fue el proceso creativo que hubo detrás de Pelea de Gallos?
– El género que más consumo es el terror, libros, películas y series. Por otra parte, de niña leía todo tipo de libros. Tú empiezas a escribir al momento que abres por primera vez un libro, cuando los Hermanos Grimm hicieron funcionar el terror en los cuentos de hadas: los padres que abandonan a sus hijos y las mujeres encantadoras que resultan ser brujas. Y las brujas son mi obsesión. La bruja es una mujer diferente, especial, sin hijos, divorciada que hace básicamente lo que le da la gana con un gato como el mío (risas). Siempre está el tema con su fealdad y el ser poco atractiva sexualmente.
–Eso se repite bastante en tus cuentos, en las voces de sus protagonistas mujeres: son otras las portadoras de la belleza, es la prima, la vecina, la hermana, la amiga rubia.
– Crecí en una sociedad donde la máxima aspiración para una niña era ser la más bella, donde mi madre vivía obsesionada con la delgadez. Recuerdo una cosa bien simbólica cuando me miraba en el espejo hace unos días: contemplaba los cambios de un cuerpo de una mujer de 44 años y pensaba en que la enseñanza que recibí de mi madre fue que un cuerpo que no es delgado no vale. Entonces yo que he tenido sobrepeso durante toda mi vida, crecí con la sensación de que le fallé a todo el mundo, porque lo importante no eras tú sino que fueras lo suficientemente bonita como para pillar un buen marido. Por lo tanto, nunca voy a permitir que lo que salga dentro de mí como escritura sea algo tibio, algo susurrante, modosito o servil, porque eso es contra lo que precisamente he luchado desde que me fui de mi país para comenzar una vida desde cero. Y eso es lo que mis cuentos reflejan.
–Has dicho en otras entrevistas que el feminismo te ha abrió las puertas para la escritura. ¿Cómo es la comunidad de escritoras en Ecuador?
– Ahora mismo es pura luz y puro optimismo porque nosotras nos hemos dado cuenta de que somos más fuertes estando juntas. Porque todo lo que he visto entre escritoras latinoamericanas, desde la mexicana Margo Glantz hasta la más jovencita ecuatoriana Mónica Ojeda, es pura sororidad. Lo que está pasando en ecuador es que al día de hoy la literatura es 100% escritura de mujeres. Antiguamente si le hubieras preguntado a un escritor hombre qué leía, jamás hubiera recomendado a un escritor ecuatoriano. En mi caso, hace tiempo tomé la decisión de no recomendar ningún escritor hombre salvo Pedro Lemebel que lo recomiendo toda la vida y lo mismo la escritura queer. Pasé toda mi vida recomendando libros escritos por hombres hasta que dije basta, la balanza se tiene que compensar. Los hombres tienen copados todos los espacios: los críticos literarios son hombres, los que imponen el canon son hombres. Y a pesar de que sí los leo, cada vez es menos porque tengo que recuperar el tiempo perdido de no habernos leído entre nosotras. Por otra parte, siento que la rivalidad masculina es ajena a las dinámicas entre escritoras, donde los éxitos de cada una son conquistas de todas nosotras. Y eso es algo maravilloso de ver, que en las librerías europeas encuentras literatura ecuatoriana escrita por tremendas mujeres como Gabriela Alemán, Daniela Alcívar, Gabriela Ponce y a Solange Rodríguez. Y eso no es gratuito sino que es el resultado de generaciones y generaciones de mujeres que no están con nosotras, sino que fueron silenciadas y puestas en una fosa común para que nadie las recuerde.