El viernes 4 de junio, y durante todo ese fin de semana, tendrá su estreno online el documental dirigido por Sebastián Moreno (La ciudad de los fotógrafos) que escarba en los archivos y sigue las difusas huellas del célebre fotógrafo chileno, quien recorrió el mundo con su cámara y formó parte de la prestigiosa agencia Magnum en los 50 y 60. Años más tarde renunció a la fotografía y se recluyó en Tulahuén, cerca de Ovalle: murió en 2012, alejado de los años de fama y consagrado a una vida espiritual. El realizador conversó con La Juguera Magazine y escogió algunas de las imágenes inéditas que aparecen en la película, y que hoy arrojan nuevas luces sobre el hombre detrás del mito.
Por Pedro Bahamondes Chaud / Foto de portada: Luis Poirot
Venías de cerrar una trilogía política con Guerrero (2017), ¿cómo se te apareció la figura de Sergio Larraín y cuándo decidiste convertir su historia en película?
-Existía el mito, la historia de Sergio, de este fotógrafo que de la noche a la mañana abandonó la fotografía, y en mi casa había fotos suyas. Mi papá trabajaba con Domingo Ulloa en el laboratorio de la Universidad de Chile, donde había trabajado Antonio Quintana y por donde pasó también Marcos Chamúdez, en fin. Larraín era uno más de los fotógrafos que había que conocer, y sus fotos llamaban la atención para la época. El libro Valparaíso (1991) estuvo en mi casa, está todavía, pero un día aparecen también unos textos blancos, chiquititos, sin fotografías, que se llaman Textos para el Kinder Planetario y son manuales de sobrevivencia y poesía mística escritos por él, para cualquiera que los quiera leer e integrar. Son consejos para vivir mejor. Siempre la pregunta fue: ¿qué pasó que este fotógrafo y este hombre pasó de tomar fotos de la luz exterior, a escribir sobre el mundo interior? Hablan de una búsqueda, de un equilibrio espiritual y una vida ordenada. Me interesó muchísimo.
–Sergio Larraín era bastante receloso de su vida privada, ¿cómo lograste abrirte paso en su mundo?
-Es un poco lo que pasó con La ciudad de los fotógrafos: la historia de esos fotógrafos no estaba escrita en ninguna parte. La de Larraín, aunque había libros, no estaba contada. Había mucho material desperdigado y yo lo sabía, aunque no cuánto, y también sabía que había mucha reticencia para hablar en la familia y sus amigos. Nadie quería hablar, supuestamente. Comencé a investigar con desapego, el que quería estar de los suyos iba a estar, y lo que encontráramos sobre Sergio iba a servirnos para contar su historia. Con esa actitud iniciamos el viaje de investigación y que sin presionar, sin querer forzar las cosas, estas fueron sucediendo. Entonces claro, a lo mejor muchos pensaron que el candado hacia el mundo personal y la obra de Larraín estaban cerrados, cuando en realidad nunca estuvieron puestos. Siempre hubo una opción de ir en su búsqueda y traerlo de vuelta, pero tampoco él quiso en vida que se hablara de él. Él permitió que solo después de su muerte se pudiesen contar historias y se mostrara su obra, y así está sucediendo.
–¿Cómo lees tú la figura del desertor en Sergio Larraín, del artista que renuncia a su obra?
-Yo creo que hay un patrón en Sergio que es la fuga, el abandono, lo inconcluso, el no quedarse, el inconformista. Hay varias figuras literarias ahí también del personaje, pero precisamente por ese vacío me interesé en él. Él salió de escena y prácticamente era muy difícil ubicarlo, aparentemente no daba entrevistas. Generó el vacío hacia este establishment, pero también hacia el mundo occidental del arte que lo perseguía. El mundo lo cortejaba y él se negaba y renegaba. Después de su muerte, hubo una muestra grande en el Museo Nacional de Bellas Artes y salieron varios reportajes sobre él. Recién ahí asomó un mundo más personal e íntimo suyo. Dije entonces: ¿por qué no ir en busca de este fotógrafo? Además me llamó la atención esta mezcla entre lo fotográfico y lo espiritual, este estado de gracia con que él fotografiaba, que corresponde a un estado muy puro. Bajo esa lógica, era muy difícil trabajar para él con encargos. No estaba ahí la pasión pura ni lo que lo movilizaba, y se entiende eso en un artista. Lo difícil es renegar completamente, abandonar el ego de crear para poder encontrar el lugar que tú necesitas en el mundo.

–Así fue precisamente como Larraín construyó su mito…
-Sin duda, él fue arquitecto principal de su propio mito y de su figura, porque se retiró conscientemente. Incluso se lo dijo alguna vez a una de sus hermanas: a él lo iba a buscar gente porque les llamaba la atención las personas como él, la gente que hace este tipo de cosas extrañas. Él siempre tuvo consciencia de la obra que hizo, de las opciones que tomó. Era un tipo consciente, Larraín no estaba loco. Larraín era un hombre extravagante, pero no estaba loco. Era un tipo de decisiones duras, muy radical y al parecer de un temperamento súper fregado, pero a la vez muy lúcido y consciente también de las decisiones que tomó.
–Tuviste también la oportunidad de viajar a París y de escarbar en su archivo…
-Sí, llegamos a las oficinas de Magnum y nos encontramos con gente muy gentil y amante de la fotografía. Ahí hay un personaje fantástico que se llama Enrico Mochi, un italiano-francés que es el encargado de archivos y edición, y quien trabaja directamente con los fotógrafos de Magnum. Él fue increíblemente amable y acogedor en su hogar ahí en Magnum. Nos abrió los archivos y permitió revisar prácticamente todo lo que yo necesité ver, y ahora en todo el proceso de posproducción de la película, cuando hemos necesitado pedir las imágenes en alta resolución, pese a la pandemia hemos tenido plena colaboración de ellos.
–¿Tienes dimensión del volumen de su archivo?
-Hay miles, no sé, unas diez mil o veinte mil. No es tanto tampoco. No es un cuerpo tan grande de fotografía. Sergio, profesionalmente hablando, tuvo su periodo más fuerte en Magnum y duró tres años. Luego siguió colaborando con Magnum, aunque cada vez menos. Cuando se viene a Chile hace encargos desde acá, pocos, entonces no es tanto lo que hay. Lo que descubrí es que hay miles de diapositivas a color suyas que nunca hemos visto. Siempre pensamos que Sergio Larraín era en blanco y negro, pero existen diapositivas a color que son fantásticas también y que desconocemos. Hay muchos registros desconocidos también de su trabajo en Chile: había fotografías de Violeta Parra, que era muy amiga suya y salían juntos a tomar fotos por el campo mientras ella iba recopilando los cantos de los viejos y las viejas cantoras del campo, también de Nemesio Antúnez, Pablo Neruda, Adolfo Couve, Carmen Silva, Jodorowsky… Empezaba a aparecer Chile en esos archivos, pero el Chile de los años 50 y 60, que es cuando empezó a construir también su imaginario. Sergio tenía una mirada especial, y además siempre tuvo una cámara entre sus manos, en años en que era difícil tener una cámara. El MoMA de Nueva York, que es el museo más importante de arte moderno del mundo, tiene cinco fotografías de Sergio Larraín. También está en la Tate de Londres, en Museo de Michigan, lo conocen en todo el mundo. Atesoran sus fotos. Cuando veía cómo las sacaban y con qué cuidado, me preguntaba cuánto costarán esas fotos. Y es invaluable. En la Tate fui a ver la exposición permanente y hay una fotografía de Larraín colgada al lado de un cuadro de Picasso. Está a la misma altura que los grandes artistas plásticos del siglo XX. Eso es lo que no sabemos ni alcanzamos a entender en Chile con respecto a Sergio Larraín y muchos otros artistas que no conocemos, porque nadie nos lo ha explicado.
–¿A quién le corresponde el rescate de un artista y del patrimonio de su obra?
-En Chile falta que haya una entidad, un Ministerio de Cultura, una televisión pública, que construya un relato y nos cuente quiénes somos como país, cuáles son sus historias y personajes. Y no solo porque sí, sino porque estas historias y estas personas nos inspiran. Nos enseñan que otros han recorrido el camino antes, y que no estamos partiendo siempre desde cero. Digo todo esto porque tenemos que ser un grupo de particulares sin recursos los que tenemos que ir en busca de esta misión de recuperación de un patrimonio que está allá en Europa, para muchos muy lejos y hasta inalcanzable. Desclasificar todo eso además es carísimo, tiene un costo muy elevado, y requiere toda una logística, además de tiempo, dedicación y diplomacia. Estamos cumpliendo el rol que el aparato estatal debiera desempeñar con sus propios recursos, que son infinitos. O sea, como tienen los militares dinero para comprar armas, debiera la cultura tener dinero para crear en el mismo porcentaje, el mismo 10% que reciben las Fuerzas Armadas. Conoceríamos mucho más a nuestros artistas, a quienes han empujado además otras aristas de la historia, y nos conoceríamos mucho más nosotros mismos y desde otras miradas.
La joven en un bar de Valparaíso, 1963


“Encontré esta tira de contacto, que simboliza la cumbre para un investigador en fotografía. Tú encuentras no solo la foto icónica, sino la anterior a esa y la posterior. La tira de contacto te entrega un mapa de cómo trabajaba el fotógrafo, de cómo se obsesionaba con distintas cosas e iba probando distintos ángulos, y de cómo se quedaba y cómo se iba. En lo que está y en lo que no está, habla también del fotógrafo. Esa tira corresponde a Valparaíso, fue en un bar, creo que el Yako, pero no es el Siete espejos. Hay que decirlo: Valparaíso fue quizás el lugar más importante para Sergio Larraín. Valparaíso (1991) es la obra maestra de Sergio Larraín. Lo digo con esa firmeza porque él volvió de adulto al puerto y nunca abandonó la fotografía realmente. Abandonó quizás la foto de prensa, de reportero documental, pero la pasión de tomar fotos, de entrar en lugares y conectarse con la realidad, nunca la abandonó. Él estuvo yendo y fotografiando Valparaíso durante 40 años, por eso digo que es su obra mayor, y estas fotografías pertenecen a la época de oro de Larraín y también de Valparaíso. Coinciden ambas en tiempos en que todavía había vida de burdeles, una vida nocturna muy intensa, y que Sergio logró retratar muy bien. Él contribuyó mucho a la imagen bohemia de Valparaíso, que era muy intensa hasta hace poco, hasta la pandemia yo creo”.
Retratos familiares: su madre y la Sagrada Familia, en Barcelona; y su padre, el arquitecto y político Sergio Larraín García-Moreno, frente a la gradería vacía del Teatro de Epidauro, Grecia. Año 1951.


“Estas fotos estaban en un álbum familiar hecho por Sergio. Fue alucinante ante todo conocer fotos que no se habían visto nunca. Quizás son sus primeras fotos importantes. Las tomó en el año 51, tenía 19 o 20 años. Después de un evento trágico como fue la muerte de su hermano pequeño, Santiago, la familia decidió ese año dar un viaje por Europa para sanar el dolor y vivir el duelo, pero terminó siendo el viaje donde se destapó toda la rabia y la familia se empezó a desarmar. Los hijos se quedaron en distintos países, también Sergio. Cuando vi estas dos fotos, sentí que él intuitivamente usó su cámara para expresar lo que le estaba pasando con la gente y el mundo que lo rodeaban. Estas dos imágenes decían claramente cómo él se relacionaba con sus padres y la distancia que sentía con ellos. Son muy personales las dos. Imagínate esta madre con esa iglesia gigante, que es como el universo, y ella no es más que un punto en él. Con la del padre se puede hacer la misma lectura: pequeño, alejado, distante, frente a una galería vacía en un anfiteatro griego. Sergio retrata a su padre actuando en el escenario, ante nadie. Son imágenes cargadas de muchas lecturas y simbolismos. Así veía él a sus padres, y uno ve ya en ambas fotografías el talento en bruto de Sergio Larraín, sin tanto cuestionamiento racional ni estético. Son imágenes con mucho desapego, y por tanto muy transparentes en lo que están mostrando. Son poemas visuales”.
La selfie en un hotel de Italia, 1963.

“Encontré un montón de selfies, de hasta viejo ya. Era bien pretencioso. Esa foto estaba en la serie de Italia. La hace en un hotel en Roma o Sicilia, pudo haber sido Roma, cuando recién llega a Italia. Está en el hotel solo, esperando que lo pasen a buscar y se hace esta selfie semidesnudo, o no sabemos, y con un reloj puesto. Por su postura, no sé, me llamó la atención, como muchas otras que aparecieron. Tiempo después, pensando una imagen para el afiche de la película que transmitiera la idea de un personaje fotógrafo y de un autor tan particular, decidimos que esta selfie y ese ejercicio de vanidad que es autorretratarse, definía en alguna medida también la película. Lo que hicimos fue colorear la imagen, darle vida, actualizarla, y me gustó mucho cómo quedó. Pasamos por muchas visuales y no fue un trabajo fácil, porque era difícil hablar de Sergio Larraín y salir del blanco y negro. A Larraín se le puede etiquetar de muchas maneras, y es lo que descubrimos haciendo la película. Tuvo muchas vidas y habitó muchos mundos. No solo el de la fotografía, también fue un místico que estuvo de cabeza en eso y también abandonó muchas otras cosas en su búsqueda espiritual, que tuvo costos para él y su familia. Él pertenece a una época de gente muy jugada también, de gente que quiso correr los cercos de lo posible, y él sin duda lo consiguió”.
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