La marca de los que buscan

Por Martín Parra

La primera novela de la escritora argentina Dolores Reyes, es un recorrido por la violencia, la miseria y el dolor. Es un viaje que realizamos a través de una chica que tiene el don para descubrir donde están los cuerpos de los asesinados. Para activar esta cualidad ella come tierra, iniciando de esta forma su deambular en las penumbras del lugar en que se encuentra el cuerpo de los desparecidos. Preguntarle a la tierra para saber y descubrir la verdad que los humanos esconden, indagando a través de esos restos contaminados con la presencia de aquellos que ya no están. 

La narración se desarrolla en un espacio rural pobre, donde la mitad de los niños del barrio no va a la escuela y donde el panorama de los personajes que transitan por la historia es más bien triste, pues normalmente sus vidas están marcadas por la ausencia, la muerte y la violencia. La joven narradora vive con su hermano, pues su madre está muerta y de su padre no tienen noticias recientes. Acuden a ella diferentes personas solicitando ayuda para encontrar a sus familiares desaparecidos. Es en este periplo, que el lector puede concluir que la violencia opera de manera omnipresente en todo el relato, siendo los niños, niñas y mujeres las victimas más frecuentes de su ejecución.  En este sentido,  la novela de Reyes logra exponer adecuadamente la fragilidad de las personas, a quienes se les reflejaba en el cuerpo esa lamentable condición de buscadores. “Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera hecha cuerpo.”(28). El sometimiento a la violencia no recae exclusivamente en quienes terminan falleciendo, sino que por el contrario, se hace extensiva a la familia y a los seres queridos. Es la insignia de un poder desplegando toda su fuerza. 

Las permanentes ausencias no pueden ser llenadas con nada, la violenta partida del ser amado produce una fractura, “Algo roto, en donde vive el que no vuelve”(28), es por esto que los círculos deben ser cerrados, pues mientras el cuerpo no aparezca, el dolor va a quedar arraigado, generando de esta forma una perturbadora relación con aquellos que ya no están. Es por esto que se produce la insistencia, en la narración, de aquellas mujeres que van a pedir ayuda a la vidente, pues existe una necesidad superior de recuperar esas vidas que también son su propia vida.

La novela de Dolores Reyes se revitaliza constantemente a la luz de nuestra pobre realidad Latinoamericana, donde los femicidios, los abusos y los asesinatos de niñes mantienen cifras aberrantes. La ficción de este trabajo puede ser leída como una triste crónica de la tradición patriarcal, que legitima la violencia como una herramienta de poder, donde ejercer la dominación no es sólo un acto de fuerza, sino que una actitud política. En este sentido, su lectura ofrece una profunda y descarnada mirada, de una situación que se arrastra desde hace siglos, y recién en los últimos años se ha hecho visible, gracias a las voces de las nuevas narradoras, que se han atrevido a develar el horror de una violenta costumbre, a través de un discurso literario que se enfrenta a los cánones que han permanecido inalterables durante décadas. 

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