Eugenia Almeida: “En un mundo que siempre quiere utilidad y productividad, hay pocos gestos tan subversivos como ponerse a imaginar una historia y escribirla”

“Escribir implica un ejercicio de recogimiento, de retiro, el gesto de restarse del mundo”

Por Alejandra Delgado

Autora de tres novelas negras, Eugenia Almeida (Córdoba, Argentina, 1972) es también poeta. En 2005 ganó el Premio Internacional Las Dos Orillas, en España, por su libro El colectivo (al que postuló como un “salto de fe”). Además, La pieza del fondo, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Y La tensión en el umbral, publicada en 2015, recibió en Francia el Premio Transfuge a la mejor novela hispánica.

Nos conocimos en Zoom, conectadas por la escritora chilena Andrea Jeftanovic quien se animó a invitarnos a un viaje por la narrativa de autoras latinoamericanas actuales para su curso en la Escuela de crítica de Valparaíso que organizamos desde La Juguera Magazine. Y qué bien que estas ventanitas virtuales nos traigan esa posibilidad en esta pandemia, pensamos juntas.

Inundación es su primer libro de ensayos, “un alfabeto personal, un poema-libro extraño”. Publicado por Ediciones DocumentA/Escénicas en 2019, el libro aún no está en Chile. De Córdoba llegó a Valparaíso por tierra (gracias a su gestión) y cuando recibí en mi puerta el correo, como a la antigua, abrí el paquete como cuando en Navidad esperabas la sorpresa del año. Porque, como dice ella en esta entrevista, subversivo es “leer, ponerse a transitar historias que no son reales, que pertenecen al territorio de la ficción y que uno no lee para conseguir algo, o por lo menos nada que pueda ir a buscar conscientemente”.

Aquí conversamos sobre el silencio, la soledad como espacio de creación, de la escritura de su escritura, de refugios, del patriarcado, de deslegitimar canones sagrados, de escritoras necesarias de compartir, de por qué no logró terminar de leer a Bolaño, de series nórdicas, de sus recientes lecturas.

MANIFIESTO DEL SILENCIO

-Si bien tus universos temáticos son infinitos, la soledad atraviesa Inundación “No hay soledad más soledad que esta”… Sentí el libro como un manifiesto del silencio y de la soledad. ¿Qué hay ahí? 

-Manifiesto del silencio, me encanta. Va un poco por ahí el espíritu del libro. Hay un cruce permanente entre el silencio y la soledad. Un silencio que tiene que ver más con un espacio a explorar. Hay un momento en que distingo lo que es el silencio de las dictaduras, ese silencio de algo amordazado, de una violencia externa, para decir que eso es otra cosa. De lo que yo estoy hablando es de un silencio que tiene que ver con la capacidad de oír eso que está ahí y que tapamos todo el tiempo con palabras. A pesar de que trabajo con palabras, trato de tener la mente en relación a lo que se presenta en el cuerpo: esa sensación de que vamos al lenguaje buscando algo que nunca puede ser encontrado. No está ahí y, sin embargo, es la única herramienta o la más cercana que tenemos para ir tanteando la experiencia del mundo. Me parece que lo más saludable es no olvidarse nunca que es una herramienta que siempre falla. El acierto en el lenguaje es solamente la voluntad de decir quiero entrar en contacto con otro, quiero pertenecer a una tribu, quiero hacer un lazo con alguien más; pero sabiendo que el lenguaje va a fallar. En lo único que va a acertar, es en constatar la comunicación.

Hay una canción muy bonita de un poeta cantante uruguayo, Matías Mormandi, que se llama “Tu soledad”. Dice que cuando todo termina y todo llega a un final, siempre alguien te está esperando, que ese alguien que te está esperando, que han disfrazado de monstruo pero que en realidad te va a proteger y sostener, es tu soledad. Hay todo un trabajo de desarmar esa imagen negativa de la soledad. Para mi es un valor a cuidar. 

En nuestra cultura la soledad tiene mala prensa. Si alguien está solo es como que hubiera fallado. Solo hay permisos muy específicos para estar solo: si uno es un monje, ermitaño o hace una vida de retiro. Alguien que tiene una vida espiritual distinta a la mayoría está bien, toda otra soledad está condenada y usada como vara de juicio, cuando en realidad, el espacio de la soledad es indispensable para transitar lo que es realmente la experiencia humana. Eso no quiere decir no estar con otro, sino asumir que hay un espacio que no puede compartirse, que no hay forma de compartirlo aún si uno quiere. Grandes flagelos como la violencia de género, el patriarcado, el machismo, se apoyan sobre esa falsa idea de que uno necesita algo más, porque uno solo o una sola es algo incompleto. Para mí la soledad es un territorio que disfruto mucho, que necesito, que preservo y construyo. Mas allá de tener amigos o pareja (o no), o tener una vida social (mi trabajo pasa por estar con otros), hay un espacio que protejo mucho que es ese espacio de la soledad. 

En el plano de la escritura, hay secretos, misterios entre los pliegues que sólo se pueden descubrir en soledad, y después hacer esa apuesta al encuentro con los otros. Y, no sé, siempre me he preguntado por qué tienen un aparato de propaganda en contra de la soledad tan poderoso.


-Sobretodo para las mujeres ¿o no?

-Sí. Yo me vengo haciendo muchas preguntas en relación a cómo el patriarcado es un sistema tan horrendo para todos. ¿Cómo ha logrado mantenerse un sistema así? Pienso que hay como un ranking de personas más lastimadas por este sistema: posiblemente, quienes más sufren sean las personas que no se sientan representadas en la división binaria del género, las personas trans, luego las mujeres cis y después los varones. También es un sistema espantoso para los varones porque los pone en un lugar horrendo, en una desconexión con su propia sensibilidad, sus propias posibilidades, su propia fragilidad. Y en ese sentido, creo que la soledad es un territorio valioso por igual para hombres, para mujeres, para personas no binarias, para todas las personas.

-Pero me refería a la mala prensa de la mujer que está sola…

-Claro, a eso iba. Lo curioso es cómo la mujer que está sola tiene un estigma, un castigo, porque hay un mandato de servir sí o sí a esa estructura que se ha armado en la fantasía de la continuidad de la especie: la familia. Bueno, eso nos daban en la escuela cuando éramos chicos.

-El mandato era casarse y tener hijos, la que no lo hacía era solterona…

-En ese término estaba pensando. Ayer veía la descripción de una serie en Netflix que cuenta la historia de una niña huérfana que es adoptada por dos hermanos viejos: Anne with an E. En la sinopsis dice: “la vida de Anne que es adoptada por una solterona y su hermano”. Los dos son solterones, dos viejos que viven juntos, y es muy loco porque uno nunca diría “un solterón y su hermana”. Y además esa palabra da cuenta que pareciera que la única forma de transitar nuestra vida fuera una relación de pareja. Hay tanta variedad y necesidad de diferentes tipos de amor y de alianza, pero sí, siempre es mal vista la mujer que no tiene compañía al lado.


SALTO DE FE

-En tu libro también se lee: “Mi refugio es la escritura”. ¿De qué te refugia la escritura?

-Que buena pregunta. De un mundo que está atrasado en términos que me parecen demasiado violentos, demasiado hostiles, demasiado crueles. Cada uno de nosotros logra armar una constelación de afectos, de espacios o de territorios en los cuales se encuentra con las personas afines. Uno por momentos cree que el mundo es un lugar maravilloso, lleno de gente noble y amorosa, y eso es el círculo afectivo que uno ha logrado, pero cada vez que levanto la vista y veo lo que pasa en el mundo y lo que somos capaces de hacer, hay en mí una reacción de repliegue, de tratar de encontrar un sentido en el sinsentido general, acentuado por todo lo que está pasando con la pandemia y la suspensión de un futuro posible, la dificultad de imaginar cómo es ese futuro. Todo ese ejercicio que teníamos de la fantasía de creer que podíamos proyectar, de decir “qué vamos a hacer en el verano” o “voy a escribir una novela”. 

Todo este paisaje de ahora nos hace preguntarnos cosas que antes no nos preguntábamos, como por ejemplo, ¿para qué escribir una novela? ¿qué futuro imagina uno? Hay que ir construyéndose en un eterno presente. Quizás decir si escribo una novela es sólo porque hoy me hace bien transitar esa escritura y ahí aparece lo del refugio. En un mundo donde todo parece tener un objetivo, una utilidad, un motivo, la literatura tiene una cosa muy hermosa en su inutilidad, en su sinsentido. Esa inutilidad y sinsentido son su verdadera potencia, porque aún así lo seguimos haciendo, inventando historias y compartiéndolas.

En un mundo que siempre quiere utilidad y productividad, hay pocos gestos tan subversivos como ponerse a imaginar una historia y escribirla. Y del otro lado va a haber otro gesto igualmente subversivo que es leer, ponerse a transitar historias que no son reales, que pertenecen al territorio de la ficción y que uno no lee para conseguir algo, o por lo menos nada que pueda ir a buscar conscientemente. Lo que va a conseguir es una sorpresa y que no es mensurable, no es manejable y no se puede ni siquiera dimensionar sus efectos prácticos.

En ese gesto subversivo de no ir en la dirección del mundo, ahí yo encuentro el refugio de la escritura, escribiendo incluso aquello que sé que nunca voy a compartir. ¿Hay un gesto más loco que eso? Poner por escrito algo que sabes que nunca vas a mostrarle a nadie ni leerle a nadie, es la construcción de un pequeño refugio.


–Eso me hace recordar los “saltos de fe” que mencionas en Inundación. Saltar sin ver qué hay de otro lado, pero que nos puede salvar… ¿La escritura puede ser un salto de fe en medio del encierro forzado y la incertidumbre en esta pandemia?

–Sí, la escritura es un salto de fe siempre, por lo menos para mí. En este momento, es un salto de fe muy difícil también, porque está más oscuro que nunca. Esa frase que aparece varias veces en el libro es nodal en mi vida, tanto en la escritura como en mi recorrido biográfico. Situaciones en las que era imposible imaginar qué había más allá. Yo en la adolescencia me quedé sin casa, me quedé en medio en la calle…

¿Por qué te quedaste sin casa?

–Es una historia familiar larga de explicar, pero mi madre se enfermó y fue hospitalizada, yo quedé sin techo y la familia biológica más allá de mi madre nunca fue de una compañía amorosa, finalmente fui a vivir a casa de un amigo y su esposa que me cobijaron y me permitieron terminar la escuela. En ese momento uno miraba hacia el futuro y no sé, ir a la escuela secundaria en ese momento era una locura. Era un salto de fe. El salto de fe es cuando no ves, si caigo, caigo, pero no hay otra posibilidad, no hay dónde retroceder. Me parece que en un plano, la escritura como búsqueda personal es eso. Por ejemplo, si uno trabaja sin un plan previo, la novela todo el tiempo es un salto de fe: no sabes dónde te va a llevar y si te va a llevar definitivamente no digo a buen puerto, si no a un puerto, a cualquiera. 

–Ahí, en esa idea de salto de fe, se resume una forma que tengo de ver el mundo, un cierto misterio en las cosas y un movimiento que las excede, que no tiene que ver con las voluntades. Me parece que las cosas más importantes como el amor, por ejemplo, no tienen que ver con la voluntad: ¿cuándo empieza? ¿cuándo acaba? Hay cosas nodales que nos atraviesan y que tienen que ver con misterios que nos exceden. El salto de fe, para mí es como decir bueno, yo no sé, pero algo, alguien, la naturaleza, la pacha, dios, cada uno le pondrá su nombre, pero yo ahí voy.

–¿Y siempre caes parada? 

–¡A veces caigo mal jajaja!


RECONOCER LA ESCRITURA COMO UN TRABAJO

–“No hay otra forma de escribir que escribiendo”, “Si se quiere escribir, se escribe”, leemos en tu libro. Dices que escribir es un acto, no un plan y citas a Simenon que tenía todo un aparataje para hacerlo. Tú, todo lo contrario. En ese espacio de libertad con el que tú escribes ¿cuál es el riesgo?

–Encontrarse con uno mismo, ese es el gran riesgo. Que lo que veas y sea difícil de soportar. No hablo de escritura autobiográfica, así sea la ficción más fantástica, el riesgo siempre es descubrir algo más de uno mismo. Eso en el plano de lo ontológico. En el plano más práctico, el riesgo es que eso que uno escriba no pueda ser encasillado en el género, en el mercado, en los libros, pero eso es otra cosa. En Inundación hablo sobretodo de la escritura, no de ser un profesional de la literatura. La potencia previa de la escritura, si uno anda con total libertad, puede ser llegar a cualquier lado. Eso puede ser buenísimo o malísimo, dependiendo de qué es lo que uno pueda alcanzar a revelar ante sí mismo. Después, si eso se convierte en libro tampoco es importante y a veces incluso no es deseable. 

En el libro hago una distinción entre el deseo de escribir y la escritura en sí, porque a quienes trabajamos en literatura, todo el tiempo se nos acercan personas que dicen “quiero escribir”, como si hubiera necesidad de pedir un permiso de alguien que ya escribió o publicó un libro: “decime cómo hago”, “pásame un consejo”, “qué hago”. Hay como un deseo que se detiene ahí. Es como si uno dijera “quiero enamorarme” o algo más práctico: “quiero correr”. Bueno, si uno no está imposibilitado físicamente para correr, la respuesta lógica es: “¿Qué te lo impide? Corre”. Y sin embargo, con la escritura hay toda una construcción de poder, de prestigio. Volviendo otra vez al patriarcado, ese prestigio está construido con la variable de la clase alta, blanca, varones, heterosexuales. La imagen estereotipada del escritor que está en su torre de cristal y que no puede ser una chica que tiene 19 años que trabaja de cajera en un supermercado, o una piba que vive en una villa y que no tiene trabajo.

Esa imagen de prestigio en torno al escritor se construye para dejar afuera a quien no. Por eso es tan importante luchar por el reconocimiento de la escritura como un trabajo. En la medida que no se reconozca y no se reconozca económicamente, sólo las personas de clase media alta y clase alta van a poder regalar su tiempo de trabajo y no vamos a poder leer lo que escribe una persona que no tiene un minuto de su tiempo para regalarlo, porque tiene que venderlo en el mercado, porque pertenece a una clase social baja o nació sin privilegio.

–Lo mismo ocurre con otras artes.

–Sí, todo lo que tiene que ver con la creación artística. Es una cosa heredada de otra época en que el tiempo de ocio era sólo para las élites y entonces en el tiempo de ocio se metió el tema de la expresión artística, como si fuera ocio. No es ocio, es trabajo. Y además hay una distinción en la literatura que es quizás más difusa que en otras áreas. A nadie se le ocurriría ir al taller de un ebanista y decirle “me llevo esta silla hermosa para que tu arte se conozca, porque vos debes estar re feliz con que yo me siente en tu silla”. Eso a todos nos parece una locura y, sin embargo, es a lo que estamos sometidos los escritores y los artistas plásticos: a la persecución de un supuesto de visibilidad que muchos de nosotros además, no tenemos. Lo que queremos es tiempo para escribir y ese tiempo para escribir se compra con dinero. Si uno tiene que vender todo el tiempo de trabajo disponible en otro trabajo, no tiene tiempo para escribir. 

Me impresiona ese dispositivo de legitimar a otro. Mucha gente va a los talleres literarios a pedir permiso, no a experimentar que es lo que tienen que ir a hacer, a jugar con otros, a ver qué pasa en la lectura con otros, no a pedir permiso ni a que alguien te abra la puerta. Ese es un umbral sin puerta, el que quiera entra. Y estoy hablando de escribir, no de ser escritor o escritora, no de publicar libros, sino del deseo y de la puesta en acto de sentarse y escribir. Muchas veces cuando viene alguien y me dice que quiere escribir, pregunto “Y bueno ¿por qué no escribís, quién te lo impide?, y ahí hay que ir desarmando esas ideas de que “es que yo no estudié letras”…bueno yo tampoco, y muchos escritores tampoco. Yo la única recomendación que hago es leer, solos, con otros, guiados, sin guiar.

–Leer te inspira…

–Sí y además te forma en lo que te gusta y lo que no te gusta.

JUGAR AL ALFABETO

–Eres una gran lectora de biografías, te gusta observar ese mecanismo de retratar una vida. En Inundacion hay semblanzas de Hesse, Bradbury, Némirovsky, Kafka, también leemos fragmentos de la tuya, pero como siluetas sutiles, no te muestras del todo. Hay una intención que se siente como tensión, dan ganas de nadar más profundo.

–Yo soy muy reservada en mi vida personal, muy pero muy reservada. Me cuesta a veces que eso sea entendido, y también está en mi escritura, sobretodo porque la mayor parte de las cosas que he escrito tienen que ver con la ficción. Inundación fue una invitación de mi editora de formar parte de una colección que ya tiene sus características y que tienen que ver con ese trabajo de la escritura, pero con algún tipo de anclaje biográfico. A mí lo que me preocupó apenas llegó esa invitación fue eso, que es un espacio de mi vida que no me sale habilitar en mi vida cotidiana, pero que además en la escritura nunca me ha atraído. Me resulta recontra hiper aburrido. Más de una vez, en relación a hechos de mi vida un poco llamativos, he recibido de gente que me quiere frases como “tenés que escribir sobre eso”. ¡Ni muerta escribo sobre mi historia!

Para mí la literatura es otra cosa. Por eso en este libro estaba el desafío buscar el equilibrio para poder decir ciertas cosas de esta actividad tan nodal que es la escritura que inevitablemente va a hacer que yo diga ciertas cosas de mi vida. Fue como abrir una pequeña puerta para no ocultar lo que tiene que ver con la escritura, pero tampoco avanzar en un relato biográfico que es algo que me convoca. Pero sí, hay ciertos elementos y esa tensión que tú dices.

–Sí, queda una estela de misterio que da curiosidad… ¿Tú decidiste convertir este libro en un alfabeto donde una letra es disparadora de ideas y contrapuntos?

–Yo en el momento en que recibo la invitación para hacer un libro con estas características, estaba preparando otro libro para esta editorial que donde publico las cosas raras (Documenta), aquello que se aleja del camino más recorrido. Ese otro libro tenía un formato de alfabeto, y estaba avanzando con los dos a la vez hasta que en un momento me di cuenta que eran la misma cosa y que los tenía en mi cabeza desarmados, pero eran lo mismo. Para alguien que trabaja como yo en las novelas sin plan y con mucha incertidumbre y sin saber a dónde voy y cuánto va a tardar, si va a fraguar o no, el juego del alfabeto me daba un espacio de contención interesante. Y también le daba por primera vez en mi vida a un proyecto de escritura un punto final claro desde el principio. Eso era magnífico.

–Un punto final que es la Z.

–Claro. Son esos compartimentos, no hay más. Puede ser más largo, puede ser más corto, te corregís mil veces, lo cambiás, pero es eso. Cuando uno escribe una novela vas quizás por la página 500 y no sabés si vas a terminar en la 503. Ese continente de juego a mí me resultó muy divertido. Siempre pensé qué agobio los grupos como el grupo Oulipo en Francia, que tienen esas estructuras de proponer ejercicios de escritura cerrados con reglas. Yo pensaba ¿para qué quieren escribir dentro de una jaula? Lindo de leer, pero feo de hacer. Y de repente descubrí que es hermoso de hacer porque recupera ese carácter lúdico.

–Y lo convierte en un libro circular a la vez, pese a que el alfabeto es lineal…

–Sí, lo convierte en eso y a la vez también hay como un salto de fe otra vez. Yo arranco hablando del alfabeto del silencio que menciona Roberto Juarroz… hablo hablo, escribo escribo… sobre la palabra, sobre el silencio, sobre el lenguaje, pero siempre digo “cuidado, esto falla, esto no funciona, no crean en esto que es una ilusión, pero no dejen de usarlo porque no tenemos otra cosa”. Y la matriz que uso para este juego son las unidades mínimas de nuestra lengua, así es que era como un doble juego. 


CONTRA EL NINGUNEO

–A propósito de la lista útil de escritoras que sugieres en el libro, me hizo recordar la invitación que nos hizo la escritora María Fernanda Ampuero en su Masterclass, de leer más mujeres. Tenemos esa opción hoy, sin embargo, no leemos tantas escritoras.

–Sí, en esa lista pasa algo muy bonito, porque algunos lectores me mandan por las redes (yo les digo “paisajes de lecturas”) fotos de donde están leyendo el libro, y en esa parte del libro, abajo han ido anotando los nombres de las escritoras que ellos quisieran compartir. Me parece que esa lista es una invitación a romper con eso, hacer un ejercicio de ver por qué, incluso aquellos como yo que estamos comprometidos con una militancia feminista y trabajamos por la visibilización de escritoras latinoamericanas y contemporáneas, aún tenemos ese desequilibrio en nuestras bibliotecas. Eso habla de las editoriales, de los suplementos literarios, de las mesas de conversación en las ferias del libro que muchas veces cuando se habla de género literario son todos varones y cuando se habla de género humano, femenino, masculino, no binario, son mujeres. Todavía hay una construcción que atrasa mucho y eso hace que se vaya replicando. Es interesante para quienes trabajamos en la enseñanza en la literatura (yo doy literatura argentina para estudiantes extranjeros) o en la difusión (comento el libro en la radio o el diario) de hacer una observancia amorosa de la propia práctica. Si este mes reseñaste ocho libros, cuántos son extranjeros, cuántos nacionales, cuántos son de grandes editoriales, cuántos son de editoriales independientes, cuántos son de varones, cuántos son de mujeres, cuántos son de identidades no binarias, cuántos de personas trans, cuántos de escritores muertos o vivos. Usar todas esas variables para conspirar contra el desequilibrio con relación al tema género. Sentarse e investigar. Y en eso lamento mucho la imposibilidad de movernos, en muchos niveles, pero una de las cosas que rompen esa difusión un poco monolítica de cierto tipo de literatura, son los encuentros. 

Hay que romper ese cerco de invisibilización de ciertas escrituras. Al mismo tiempo, en el plano más visible, la escritura de mujeres está cobrando mucha más visibilidad de la que tenía, si pensamos en Argentina: Samanta Schweblin, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enriquez, Claudia Piñeiro, María Inés Krimer, Marie Gouiric, Camila Sosa Villada. Es decir, los nombres fuertes en este momento en ventas, premios, reconocimientos, son de mujeres. E igual si uno mira Latinoamérica: García Robayo, Ampuero, Trias, Andrea Jeftanovic, Nona Fernández, Ale Costamagna. Son todos nombres de mujeres. ¿Qué pasa que todavía no está tan visible? Bueno, hay que hacer un ejercicio ahí de compartir. 

Miles de veces, incluso con personas formadas en el área editorial, he escuchado cosas insoportables de escuchar, como la de un director de una colección editorial que me dice “¿te animás a escribir un policial? dejá a tu editorial habitual y vení a publicar con nosotros en esta colección de policial negro, porque las mujeres no escriben policial” ¡Un director editorial! Entonces le tuve que decir ¿perdón? y empezar a darle nombres de 15 colegas muy destacadas en Argentina, con premios internacionales. ¿Cómo puede ser que un director de colección de una editorial esté tan aferrado en su prejuicio que está ciego a lo que pasa en el mundo editorial? 

Además de ignorancia, de prejuicio, posiblemente hay un poquito de maldad, algún tipo de desequilibrio por lo menos en los órganos perceptivos de la realidad.  Cada vez que una amiga me dice “¡Ah! me enojé porque estaba el estúpido de o la estúpida” (porque eso no es necesariamente una condición sólo de los varones, el machismo atraviesa a todos) y dijo tal cosa y me quedé sin palabras de la bronca”. Bueno, la lista es para eso, para cuando nos quedamos paralizadas de la bronca, del ninguneo, de la ignorancia, de la jactancia en la ignorancia. Porque uno puede decir “uh, yo no conozco a muchas mujeres escritoras”, pero lo que impresiona es la jactancia en el desconocimiento.

NO A LA POLICÍA DE LA LECTURA

–¿Por qué te gusta el género policial? 

–Soy muy lectora del género en sí, con todas sus variantes, desde el enigma clásico, inglés, al policial más negro. Y me gustan mucho las películas y las series. Es una matriz narrativa que me apasiona, porque muestra ciertos aspectos sociales, un cruce de lo individual con lo social de una manera muy poderosa. A mí el policial que más me gusta es el que lo que hace es desnudar las tramas de poder ocultas en un determinado momento de la sociedad. Tramas de poder que pueden ser enormes, por ejemplo, la mano de obra heredada de la última dictadura militar y a qué se dedican ahora, en Chile y en Argentina. O la violencia doméstica que parece algo íntimo, pero que también es social, y hay un entramado social que colabora o conspira. Me interesa ver eso, el encuentro entre lo íntimo y lo social, si hay líneas de poder y de opresión, y también de resistencia a ese poder. En ese sentido el policial tiene un modo de atravesar esas temáticas que a mí me resultan muy atrapantes como lectora y como televidente. Es un género bastante más difícil de escribir, justamente porque en una novela de otro tipo uno puede ir dejando cosas sueltas y en un policial, una cosa suelta es algo fallido.


–¿Qué serie te ha gustado en ese género?

–Hay una serie que se llama Bron Broen donde hay un crimen que involucra a las policías de Suecia y Dinamarca que se unen por un puente, por una cuestión jurisdiccional y empiezan a trabajar juntos un policía de cada país. Y la policía sueca tiene un tipo de particularidad, algo que está dentro del espectro del autismo. Pero está planteada en los términos de característica de la personalidad, corriéndose de lo patologizante, como otra forma de experimentar el mundo. Y también Sorjonen, una serie islandesa. Me gusta mucho el policial nórdico. Y una preciosa que se llama River. The Fall es muy buena también. En esas series me gusta ver primero como loca, y luego las veo otra vez y me gusta mucho ver cómo es el dispositivo narrativo. Cuando uno ve algo que te conmovió, que te dejó pensando, que te atrapó, una vez que lo vi, dejo pasar un tiempo y lo vuelvo a ver para ver de qué manera, qué mostró, cómo son los diálogos. Me parece que hay cosas muy malas en las plataformas, pero en las cosas buenas hay algo de la literatura muy interesante que está pasando ahí, en los guiones, en la construcción de narrativas para formato audiovisual, pero que están sobretodo en las series nórdicas, muy ancladas en los diálogos.

–Leí que tuviste varios intentos de acercamiento a la lectura de Los Detectives Salvajes de Bolaño y no lo lograste ¿qué te pasó que pudiste?

–Hay que tener cuidado con eso, porque los bolañista pueden ser muy vengativos…

–Yo no soy bolañista y no pude leer tampoco el libro, y me sentía mal porque pensaba que había que leerlo sí o sí.

–Bueno, ahí hay algo interesante para descomprimir en relación a lo que hablábamos recién: los dispositivos de construcción del canon y cómo, si uno no coincide con ese canon es porque es un bruto, o porque no tiene gusto, no tiene intelecto, no tiene sensibilidad. Hay una policía de la lectura y no mucha gente se anima a decir qué libro reconocido empezó a leer y lo aburrió o no le gustó, porque inmediatamente quien es juzgado es el lector. No he leído mucho a Bolaño y me ha pasado varias veces con sus libros, más de uno. He leído algunos cuentos que me hicieron llegar algunos bolañistas ofendidos que me parecieron muy interesantes, muy inquietantes. Nunca he pensado que es un mal escritor, pero mi decisión de decirlo es porque basta con la policía. Si están leyendo un libro y no les gusta, basta de buscar al culpable de eso, porque hay millones de libros y pueden dejarlo sin culpa, no son menos por eso, no se dejen maltratar por nadie que les diga “¿cómo no leíste a tal?”, “¿cómo no te gustó tal?”, porque también son dispositivos de poder bastante comunes y bastante feos. 

La verdad es que con Detectives Salvajes me aburrí. La literatura sobre los conflictos de los escritores, lleno de guiños y de vos me entendés lo que digo, porque vos sos mi par, pero seguro que hay otros que no son como nosotros y no lo van a entender y por eso nosotros somos re vivos y los otros son re tontos, no me gusta.

No digo que esté en el libro, pero a mí me pegó así y me resulta molesto. Puede ser una estructura que a muchos les invitará a leer, pero a mí no. Esa novela con niveles: los iniciados entran hasta aquí, los sacerdotes allá y el arzobispo hasta acullá y los pobres mortales, ignorantes, se quedarán con el primer nivel. Es un formato narrativo que no me atrae para nada. Hay una línea de novelas que tienen que ver con esa construcción de cuál es el estereotipo del escritor. Insistí porque es un libro que le gusta no sólo a mucha gente, sino porque yo comento libros. Tengo que leer autores que me gustan y los que no me gustan, me permití abandonarlos y también colaborar desde mi rol de difusora cultural diciendo públicamente algo que es tabú: No lo leí, o lo leí y no me gustó, y como no me gustó no voy a leer otro libro más. 

Hay que romper esa construcción de que todos tenemos que gustar de lo mismo. Yo no entiendo cómo Alejandra Costamagna no tiene la visibilidad que tiene Bolaño. Me parece que también ahí hay preguntas en relación a cómo también se crea una cierta moda, una cierta estética y después la gente se va sumando a la fila donde hay más gente. Como en la playa, la gente va a donde hay más gente.

–Generar esas modas puede ser también el trabajo de las grandes editoriales…

-Sí, igualmente las editoriales tienen ahí un trabajo por hacer. A mí me preocupa más ese ejercicio medio despótico al interior, entre nosotros, de decir cómo no leiste a tal. Hay coordinadores de talleres que hacen sentir mal a sus estudiantes porque no les gusta Bolaño. Bueno, tampoco es dios.



–¿Qué libro estás leyendo ahora?

–Ahora estoy leyendo varios libros de los cuales no puedo hablar porque soy jurado en un concurso, el FILBA MEDIFE, que elige a la mejor novela publicada el año pasado en Argentina. En el último tiempo he estado leyendo o releyendo textos que tienen alguna relación con el viaje, con el movimiento: Destinos Errantes de Andrea Jeftanovic, donde ella además habla del transcurrir, del moverse. Después estuve leyendo Okasan de Mori Ponsowy, que es el diario de viaje que ella hace para visitar a su hijo que se ha ido a vivir a Japón a estudiar.

También estuve leyendo a Eduardo Berti, escritor argentino, La Máquina de Escribir Caracteres Chinos. Son como postales de dos de sus viajes a China. Tengo acá (me lo muestra) los últimos que leí: Leila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo) un clásico; una crónica sobre suicidios de personas en el sur de Argentina en la Patagonia. No es crónica de viaje, pero tiene algo de viaje. Y después este (lo veo en la pantalla del Zoom) que es otra de mis pasiones (Cuadernos japoneses), son tres tomos, es una preciosura de un historietista italiano (Igort) que es muy admirador del Japón y se fue a vivir allá y son libros en los que él habla de su viaje y por ahí tiene mucho texto y alguna poca imagen; y después hay momentos en que es pura imagen, recuperando la estética, la historia, la filosofía. A mí Japón me apasiona mucho.

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