El pecado de origen

Por Pedro Sepúlveda
Fotografía: Huelladigital.cl 

Hace un par de semanas, bajando por calle Beethoven, en el cerro Concepción vi a una mujer de edad mayor acompañada por dos personas jóvenes. Pintaban un muro de latas de zinc. La mujer, al parecer estaba terminando su trabajo cuando escuché a uno de sus acompañantes ofrecerle más amarillo para poner en un contorno. A lo que ella respondió afirmativamente, señalando que quería poner su firma. La persona mayor hablaba en inglés, era turista. Así de simple y complejo: Dos jóvenes estaban ofreciendo el servicio de “mural express” a una extranjera que dio rienda suelta a su creatividad. 

La escena puede ser banal, pero es absolutamente significativa para contextualizar la discusión que ha surgido a partir del mural que se realizó en el edificio de la ex Cooperativa Vitalicia, ubicado en la Plaza Aníbal Pinto, Zona Típica del Área Histórica de Valparaíso. 

Ya en octubre de 2013 escribí, en esta misma revista, un texto llamado El Desborde, donde ponía en discusión la banalización de la práctica del mural en Valparaíso y cómo debía ser el lugar que ocupan el arte y sus artistas. En la publicación, hacía referencia al  Museo a Cielo Abierto y cómo de alguna manera justificó poética y políticamente a inicios de los años noventa la idea de una cultura unida al turismo. Lo que inicialmente se llamó industria cultural y que ahora llamamos industrias creativas. 

En una ciudad precarizada, que debía tener un nuevo eje productivo tras el derrumbe de Emporchi y la privatización de un Puerto que es cada vez menos Puerto, y de principal nada, se instaló institucionalmente una nueva comunión entre cultura y turismo como uno de los ejes principales para impulsar Valparaíso.

En términos generales, esta relación entre cultura y turismo no tiene nada de nuevo y extravagante. De hecho Valparaíso siempre la tuvo. Lo complejo es cómo se implementó. Y este es el pecado de origen.

La idea de que una ciudad tiene atributos especiales que la hace más cultural que otra, es un error conceptual. Todas las ciudades tienen una identidad cultural que las singulariza y les da un valor único.  La ficción de Valparaíso como capital cultural es solo una idea de marketing que nace de una decisión centralizada y por cierto, inconsulta, en el gobierno de Ricardo Lagos cuando se instalaron los extintos Carnavales Culturales en 2001. La estrategia era crear un evento que permita rentabilizar el público flotante que circula entre navidad y año nuevo en el mar. O sea, más que cultural, una simple idea neoliberal para llenar las arcas locales.

Lo que vino después ya es conocido: especulación inmobiliaria, gentrificación anunciada, la hiper instalación de hostales, la comisión Plan Valparaíso, la irrupción de los Mil Tambores, el proyecto de Niemeyer para la Ex Cárcel, el graffitti institucionalizado y por cierto, el actual muralismo desbordado. Veinte años donde la especulación simbólica, turística y cultural de esta ciudad la instaló en el imaginario de Chile al mundo como un lugar donde se permite que, por ejemplo, un turista extranjero pueda comprar un servicio de “mural express”.

El brillo le ganó a la opacidad. El decorado a la austeridad. El disfraz a la autenticidad. La necesidad de un relato equivocado que vendió a la ciudad al turismo cortoplacista es evidente. Más evidente aún, después de la revuelta social de 2019 donde el país evidenció sus carencias estructurales. Y el plan de Valparaíso es su mejor mimesis. 

En este sentido, el proyecto Arcoiris (que mal nombre) creado por la Municipalidad de Valparaíso para instalar murales en el plan de la ciudad, ejemplifica cómo la política cortoplacista ideada a fines de los 90′ se permeó generación tras generación. La Alcaldía Ciudadana sólo tomó la posta. Por más que les duela, hacen lo mismo. 

Políticos, agentes culturales y principalmente los artistas hemos sido parte de este equívoco. Estructuralmente carenciados, los fondos públicos y eventos de temporada se convirtieron en una manera de sobrevivir. No existe industria cultural. Solo una pequeña industria turística.

Por eso da lo mismo el tipo de mural, da lo mismo su estética, dan lo mismo sus credenciales artísticas. Lo complejo es no tener autoridades que entiendan el profundo error de esta lógica. Todo se ha hegemonizado bajo una mirada muy miope de la ciudad. Desconociendo sus auténticas potencialidades que por cierto son las descritas en la declaratoria de sitio de patrimonio mundial. Solo recordar la reciente visita de la UNESCO y las “advertencias” de sus expertos sobre qué hacer para no perder lo escaso que se ha ganado.

*Pedro es Licenciado en Arte, Artista visual, Co fundador de ex Galería h10

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