El invitado vitalicio

Por Tara Tavalli *

Esta versión de La tranquilidad no se paga con nada dirigida por Jesús Urqueta, respeta la estructura de la obra original El invitado, uno de los títulos que integran la producción dramatúrgica de Juan Radrigán y que da voz a personajes tan marginados como reales, poseedores de una profunda capacidad reflexiva. Conocimos a Sara y Pedro en 1981; cuarenta años después, y con todo lo ocurrido en nuestra historia, aún se mantiene el sistema y la pregunta: ¿cómo vivir con el invitado?

En esta adaptación libre, la palabra -evocando la idea como representación primigenia de un razonamiento- sigue siendo el fundamento. El espacio, despojado. En él, dos sillas y dos guitarras. En el fondo del escenario, esporádicamente se proyectan fragmentos redundantes de lo que se pronuncia en escena. 

El vestuario, negro. La iluminación, congruente. Cenitales fijos disipan la sombra. La cuarta pared se rompe desde el inicio, estableciendo con el público una comunicación directa.

En la función vista en el marco del Festival de Teatro de Quilicura 2022, las actuaciones estuvieron a cargo de Karen Carreño y del director del montaje (en reemplazo del actor Nicolás Fuentes),  equilibradas y afiatadas. El Invitado -personaje autoimpuesto de golpe en sus vidas, ausente en escena y omnipotente- se constituye como elemento central del relato.

Esta versión de El Invitado comienza adelantando una escena del último tercio de la obra, que describe el momento en que los personajes conversan por vez primera en su vida. Luego viene un texto, también de Radrigán, cantado a capella por Sara. Posteriormente, Pedro interviene con la disfémica pronunciación de una palabra; dando pie al monólogo inicial, con que empieza la obra original. El diálogo prosigue. Surge, como elemento externo, un tema del cantautor ítalo argentino Piero; que es interpretado a dúo por los actores, tratando de encontrar el tono. Los diálogos continúan. Sara interpreta un tema de la cantante chilena Cecilia, en reemplazo del texto que hace alusión al concurso televisivo. Continúa el material original. Sigue un poema de Raúl Zurita, musicalizado, interpretado por Sara, acompañándose de una guitarra, sin experticia. Se mantiene el desenlace original, con leves modificaciones. Se respeta y mantiene el final de la obra de Radrigán.

La interpretación vocal genera un paréntesis. La primera intervención -a capella, con una propuesta corporal coherente- se percibe trabajada y profunda, generando un instante potente, tal vez el más destacado, que parece anticipar toda una experiencia, la que finalmente no llega. El recurso musical se va desvaneciendo en las siguientes ejecuciones. Los evidentes y constantes problemas de afinación de Carreño y, especialmente, Urqueta. así como las cuerdas dubitativas, lejos de aportar, perturban el desarrollo de un montaje interesante. 

* Este texto fue elaborado en el contexto del Festival Quilicura Teatro Juan Radrigán, como ejercicio del Curso de Crítica Teatral impartido por Javier Ibacache (Escuela de Crítica / La Juguera Magazine).

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