Por Jorge Viñas (México) *
Entro a la sala virtual, escucho el bullicio de un público que está por lo menos a 6,595 km de distancia de mi computadora. Dos intérpretes, dos micrófonos, dos guitarras, un intérprete extra que a veces toca la guitarra y una pantalla que titula y subtitula. La obra: La tranquilidad no se paga con nada, dirigida por Jesús Urqueta, una versión libre de El invitado de Juan Radrigán, homónimo al festival que hace posible que yo pueda ver este trabajo.
En mi pantalla veo a Karen Carreño y Urqueta mirarse y “mirarnos”, se involucran ferozmente con el texto, la música, la poesía y lo complicado que es relacionarse en tiempos de escasez, pienso. Sin embargo, desde la sinopsis se despertó una inquietud en mí, que sucedió también mirando Oleaje, obra que también es parte del festival: “indagan en la historia de Chile, revisitándola y analizando las dinámicas sociales que siguen funcionando desde la dictadura militar”.
¿Cómo se ve teatro desde la distancia?
¿Cómo se ve desde otra cultura?
El marco de este festival Quilicura Teatro Juan Radrigán solo provocó que me cuestionara esto más y más, porque quizás, vivir estas experiencias antes no me inquietaban tanto como hoy, y más ahora que voy conociendo con mayor amor, a distancia, el rico país que es Chile.
Todo empezó el año pasado por tomar un taller de crítica teatral con Zavel Castro, por medio de la plataforma Teatralízate. Además de aprender con gran amor sobre la crítica, se me fue presentando un país al que no me había adentrado a conocer por su arte, por su teatro. Después conocí en junio a La Juguera Magazine y su tercera versión de la Escuela de Crítica de Valparaíso donde tomé clases con grandes escritoras y críticas como Andrea Jeftanovic, Victoria Valenzuela, Antonella Estévez y Alejandra Pinto, que me concedieron la posibilidad de disfrutar más la literatura y el cine; regalándome nuevas perspectivas y nuevas autoras. Por último, tomé también en La Juguera, el taller de crítica teatral de Javier Ibacache que es lo que finalmente me lleva al hoy al festival. En pocas palabras: lo chileno me acompañó durante todo el año.
A lo que voy es que he visto obras de otras latitudes, no sólo en línea, también presencialmente, pero esta ocasión hubo algo diferente, más íntimo. Algo bueno de la pandemia fue poder acceder a teatros en Londres, Alemania, otros estados de mi país. Incluso en los talleres que tomé pude convivir con gente que está lejos. Como mi nuevo amigo y crítico, Cristian Cortés, que estando en España se desvela para tomar los talleres y asistir a las obras. Amigxs, compañerxs, maestrxs, intérpretes, artistas que me regalaron la virtualidad.
Pero ¿qué hace mi experiencia de esta obra tan particular? Creo que exactamente lo que estoy nombrando. La virtualidad me dio nuevas y diversas conexiones que quizás de otra manera no habría adquirido, pero el acompañamiento chileno fue muy específico este año. Entonces, mi involucramiento se modificó a lo largo del año 2021. Existe cierto nuevo amor a la gente que se me presenta ahora en pantalla y ahora hay un interés distinto. Al ver la obra La tranquilidad no se paga con nada distinguía las diferencias y las anotaba, como la costumbre de ponerle un artículo al nombre: “La Sara y El Pedro”.
¿El festival tiene el objetivo de expandirse más allá del recinto teatral y llegar a nuevas latitudes? ¿Qué conexiones se hacen con estas nuevas latitudes? ¿El festival sabe que yo que estoy en la Ciudad de México entraré virtualmente a la sala? ¿Cómo puede aportar mi experiencia de invitado?
Hay otras cosas que no entiendo y me pregunto, pero los intérpretes me ayudan a comprender. No me lo explican, me lo muestran, lo viven. Este año, mi interés por la cultura deja de ser desde el “debo de investigar esto”, “debería leer más de estxs autorxs”. No solo quiero dejar de ignorar sobre un país, quiero conocerlo, quiero vivirlo.
Con Oleaje descubrí un caso que no conocía gracias a las actrices que vi en pantalla y me quedo con un nombre (Marta Ugarte Román), con otra conciencia sobre lxs desapariciones forzadas que suceden en todos lados. Con La tranquilidad no se paga con nada asimilo los altibajos de una relación que está en un contexto muy específico que yo no viví. Pero siento que aprendo más así, con la ficción, más que con los libros de historia y con las noticias leídas. Y quizás sí después haga mi investigación histórica y contextual, pero llena de las sensaciones de las ficciones. Me parece bello aprender y adentrarme en una cultura diferente y a la vez no a la mía de este modo: con el teatro, el arte, la ficción, las aulas virtuales y la crítica.
¿Qué tanto necesita un espectador saber del contexto de una obra extranjera? Supongo que depende la magnitud de este contexto. Me imagino que puede enriquecer tu lectura, tu conexión a las situaciones mostradas. Pero creo que también puede ser, al revés: sin tener un propósito didáctico, la ficción nos puede llevar siempre a otros lugares.
Quizá esto no es una crítica
Quizá solo me empecé a enamorar de un país
Quizá solo encontré confort y aprendizajes
Quizá solo fui un invitado bien recibido
Quizá este texto sólo es mi confesión de querer ir a Chile.
* Este texto fue elaborado en el contexto del Festival Quilicura Teatro Juan Radrigán, como ejercicio del Curso de Crítica Teatral impartido por Javier Ibacache (Escuela de Crítica / La Juguera Magazine).