“¿Qué queremos unas de otras después de haber contado nuestras historias?
Queremos ser curadas queremos una musgosa calma que crezca sobre nuestras cicatrices“
Audre Lorde
Por Camila Albertazzo
En un escenario que nos recuerda a las fotos de nuestras madres embarazadas, abre Duele; la obra con dramaturgia de Carla Zúñiga, dirigida por Isidora Stevenson. Suena una vieja y conocida canción del dúo Frecuencia mod y dos mujeres gestantes, acostadas en una camilla con vestidos de vuelos y colores pasteles, hablan entre ellas sobre sus miedos de parir. Y es que, en tono de comedia negra, esta obra abarca los juicios y prejuicios que rodean a la maternidad.
Con excelentes actuaciones de Alejandra Oviedo, Andrea García Huidobro, Cecilia Herrera, Manuela Oyarzún, Mónica Ríos y Paula Bravo; los personajes van tejiendo el entramado en distintas escenas, tocando temas como embarazo, parto, puerperio, crianza y supervivencia femenina.
En cada secuencia vemos mujeres entronizadas, corpulentas de decisión y, al mismo tiempo, llenas de dudas.
Es entonces que aquí, en medio de las canciones del recuerdo, la risa y la estética Kitsch presente en todo el montaje, va descascarándose como el interior de un huevo la figura más oscura del alma de las mujeres.
Con potentes diálogos y frases como “La casa se está cayendo de mí” se dibujan estos personajes como una matriz desoladora, que desidentifica a las mujeres pero al mismo tiempo las transforma a ojos del espectador/a en mujeres “verdaderas”. Elevadas históricamente a la categoría de santas y, siguiendo a Adrienne Rich, cosidas en esta caja-de-sastre a medida del machismo, las mujeres conviven con un peso culposo constante. Y la culpa, duele.
Ya en la primera escena, una de las protagonistas, aquejada de una depresión postparto, nos lo dice clarito: “El dolor transforma a las personas en monstruos”. Y esta idea se transforma en un ritornello, una frase que va repitiéndose en cada escena-relato, y que nos recuerda que toda esta categoría santificada de la que nos habla Rich deja consecuencias en los cuerpos y las mentes de las mujeres, deshumanizándolas de a poco.
Este arquetipo de deshumanización mantiene la trama en una tensión constante. Queremos ver el reviente de esta burbuja que duele. Las espectadoras estamos atentas porque sabemos, intuimos, vivimos esos mismos espacios de saturación. Esperamos, en cada historia, que termine todo en el grito “histérico” atribuido históricamente a las mujeres. Pero ese grito no llega.
El texto se encarga de mantener esa tensión sin romper el horizonte de expectativas, a través de la música am, la dicción de los personajes que nos recuerdan a las teleseries caribeñas y por medio del destacable diseño de vestuario que pone todo en la perspectiva de un clásico melodrama de los noventa sin perder el norte crítico.
Somos las mujeres esta mezcla de dolor profundo, “nos abren como si fuéramos bolsas plásticas”, dice una actriz en escena. Confirmamos entonces ser este culebrón hormonal que derrama su contenido en sus hijxs, receptáculos finales de todos los miedos y los prejuicios inoculados por años en las células femeninas, en los oídos de las bisabuelas, abuelas y madres.
En este punto, el dolor que abre la obra y que es recogido como hilo rojo en cada escena funciona también, tal como en el romanticismo, como una redención. Es el acto final la confirmación de que si el dolor nos deshumaniza, la contención en cadena y en colectivo redime a las mujeres alienadas por esta corteza dura de tanta expectativa ajena.
Cada historia en esta obra presenta la salida al dolor de mano de la amiga, la mujer, la profesora o el círculo de mujeres, un lugar simbólico que sana a las otras a través de las palabras. No es sino a través de contar estas historias, tal como lo dice Audre Lorde en uno de sus poemas, que el dolor se va transmutando.
La comedia negra de Carla Zúñiga es capaz de penetrar y fotografiar esa capa dérmica de sanación, ubicarnos no solo en el dolor sino también en la esperanzadora salida de él.
La obra Duele viene a recordarnos quiénes somos, atávicamente. Y hayamos o no pasado por los avatares de la maternidad, conviene verla y descubrirnos colectivo, comunidad, tribu, un tejido de mujeres conteniéndonos en el dolor de vivir y dar vida.