Crítica de Libros Inexistentes: “The Walking Bodies”

WalkingBodies_libro - la juguera magazinePor Boris Kúleba

Walking Bodies es la primera novela de este joven autor porteño que incursiona en el subgénero literario de moda, la Contingencia Sincronizada, que se caracteriza por ficcionar acontecimientos que simultáneamente se están desarrollando en la realidad.

Los sucesos narrados en The Walking Bodies comienzan durante el último frente de mal tiempo en Valparaíso. Aquella noche, el viento y la lluvia hicieron volar la carpa bajo la cual se desarrollaba la exposición de cuerpos humanos reales Bodies, a un costado de la Biblioteca Santiago Severín. Debido a una conjunción de casualidades no explicadas en el libro, las condiciones sanitarias de la ciudad y sus secuelas en la composición de la lluvia porteña generaron una maravillosamente bien descrita reacción con los químicos utilizados por los embalsamadores para conservar los cadáveres expuestos en la muestra. Como en toda ficción, cuando la ciencia y el clima se combinan con cadáveres, estos regresan a la vida, y todos los hechos que se narran desde este punto caen, con bastantes irregularidades creativas, en el cliché de las historias de zombies.

Claro que la de The Walking Bodies no es una historia de zombies cualquiera, pues debido a las características particulares de estos muertos “Bodies” vivientes, son catalogados por la opinión pública como una horda de Zombies Extranjeros Discapacitados, generando una casi desaprovechada posibilidad de innumerables metáforas sociales en el contexto porteño. Estos zombies no pueden acceder a los cerros ni subir escaleras, por ejemplo, por lo que la mayor parte de la historia transcurre en el plan de la ciudad, y es inquietante la similitud con la realidad cuando el caos inicial proviene, precisamente, de una alarma de la ONEMI llamando a la población a huir hacia los cerros.

La novela plantea que Valparaíso es la cuna del Apocalipsis Zombi y lo realmente aterrador es la naturalidad con la que la prensa y los servicios públicos enfrentan la tragedia en la ficción. Mientras el Gobierno enviaba camiones con ayuda pero se negaba a aumentar la dotación policial y los medios, tras la sorpresa inicial, ignoraban los sucesos, los porteños poco a poco comenzaban a bajar al plan. El autor ocupa un capítulo entero en una inquietante descripción de los acontecimientos a través de delirantes testimonios de los sobrevivientes celebrando la ausencia de vendedores ambulantes, y luego describe cómo se adaptan a la nueva situación sembrando el plan con improvisadas animitas u organizando jornadas comunitarias de exterminio zombi autogestionado, y recrea además una dramática infección masiva entre jóvenes autodenominados “zombistas” que ocupaban los edificios abandonados buscando la reivindicación de los derechos de los “humanxs en situación de deceso activo”, quienes se habían negado a ser vacunados.

Paralelamente, la emergencia impedía que se formaran los quórums necesarios en el Congreso para discutir la tramitación de un proyecto para enfrentar la crisis, ya que la mayoría de los aterrorizados parlamentarios evitaban ingresar a Valparaíso y la nueva bancada post-vida se negaba siquiera a discutirlo. Además, un recurso de protección presentado por la productora a cargo de la muestra buscaba impedir que se destruyeran sus “piezas artísticas”. En un épico discurso, el Alcalde hacía un emotivo llamado a la Humanidad Ciudadana, llenando de esperanzas a la ciudad, y anunciaba la realización de una serie de Jornadas de Participación Reflexiva, tras lo cual presentó al recién designado Coordinador del nuevo Departamento de Exterminio, Control de Plagas y Patrimonio Humano No Vivo, quien renunció quince minutos después debido a conflictos que no se detallan en el libro.

El autor hace un uso excesivo de descripciones muchas veces innecesarias, pero completamente coherentes con el lenguaje recargado y anacrónico utilizado, con una redacción, aunque impecable, repleta de errores gramaticales que podrían justificarse por la inmediatez que la publicación del género requiere. Al igual que en las clásicas historias de invasiones (La Guerra de los Mundos, por ejemplo), es un elemento externo, un “deus ex machina” lo que finalmente permite resolver el conflicto. En el caso de The Walking Bodies, son los perros callejeros quienes, pese a ser personajes latentes en todo el relato, finalmente obtienen el protagonismo. Cuando los zombies adquieren la habilidad de utilizar tambores y otros instrumentos de percusión, los enfurecen con sus irritantes ruidos y se desarrolla una batalla que, tal como en todos los sucesos de la novela, se despliega en dos líneas narrativas simultáneas: en las calles porteñas, los zombies contra los perros; y en las redes sociales, zombistas contra animalistas.

El autor recurre con destreza a recursos de otras artes narrativas, aun cuando su fin sea netamente comercial. Es así como la novela tiene una “escena post-créditos”. En su página final, el libro retoma un pasaje desapercibido en el que se insinuaba un apareamiento entre zombies y punkies y revela que, tras la desaparición de todos los cadáveres andantes, en una solitaria Plaza Aníbal Pinto, se produce el alumbramiento de lo que sería una nueva especie: los Zomkies.

 

“The Walking Bodies”
Justo Warklón
Editorial Pileta, 2017, 150 páginas

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