La autora peruana llega este domingo a la Feria Internacional del Libro de Valparaíso (FILVA) para presentar La sangre de la aurora, una novela que relata abusos contra las mujeres durante el período de Sendero Luminoso en Perú.

Por Sandra Rojas Barrera
En 2007, la escritora limeña Claudia Salazar Jiménez participó en un taller literario dictado por la chilena Diamela Eltit en Nueva York. Lo que partió como un relato breve, se fue transformando, en base a documentación y pulido, en una reinterpretación de la historia desde la visión femenina, que resalta la violencia hacia las mujeres en los grandes conflictos armados. Así nació La sangre de la aurora (Animal de Invierno, 2013), novela situada en las disputas entre el grupo terrorista Sendero Luminoso y el Estado (1980-1993), uno de los episodios más dolorosos en la historia del Perú.
A través de esta obra, Salazar Jiménez -que también es docente y doctorada en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU)- le da voz a una senderista, una comunera ayacuchana y una fotorreportera limeña que deben enfrentar abusos y violencia descarnada. El cuerpo como campo de batalla, sometido a violaciones simbólicas y sexuales que atraviesan la narración develando un pasaje desconocido en el discurso historiográfico.
Ganadora del Premio Las Américas en 2014, La sangre de la aurora llega a nuestro país de la mano de Ediciones Libros del Cardo para ser presentada este domingo 15 de diciembre en el III Festival Internacional del Libro de Valparaíso (FILVA).
Vienes a Chile en un momento histórico de despertar social, pero también de mucha violencia y represión. ¿Qué significa para ti presentar La sangre de la aurora en una instancia como la que se está viviendo en nuestro país?
-Es algo único y muy importante en mi historia personal. Siento que estoy llegando a Chile en un momento realmente transformador, en un punto de quiebre para toda América Latina. Se está viviendo una efervescencia social, en donde, por primera vez, lo más común se está poniendo en el centro, después de haber sido expulsado a los márgenes por tanto tiempo. Siento que la gente está siendo escuchada y eso es lo que hay que rescatar, frente a un orden que insiste en mantener espacios de desigualdad. Además, también ha sido increíble, un fuego devorador, la performance de Lastesis. Presentar La sangre de la aurora en este momento -cuando es una novela que justamente plantea pensar la historia desde la violencia hacia las mujeres- me parece perfecto. Estoy muy conmovida de lo que está pasando y emocionada de ir a Chile.
¿Cuál es el papel que tienen las mujeres en las grandes revoluciones de la historia y cómo transmites eso en tu novela?
-El papel de las mujeres siempre ha sido eclipsado. Yo creo que estamos hartas y buscamos que se ponga el foco en lo oculto. Por ello, mi novela relata lo que pasó en el Perú durante los años del conflicto interno por Sendero Luminoso. Una historia, como suele suceder en la literatura y en el discurso historiográfico, que siempre ha sido pensada desde el punto de vista masculino. Y frente a eso, yo me hice la pregunta de por qué no contarlo, narrarlo, ficcionalizarlo, desde el punto de vista de las mujeres, desde una perspectiva femenina. El objetivo es considerar a esta violencia como algo estructural de nuestra sociedad, una violencia patriarcal que se encarna contra las mujeres.
La novela parte con una frase de Marx que dice: “Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino”. ¿Por qué decidiste integrar ese epígrafe?
-En la novela hay varias citas de Mark, Lenin y Mao, que eran pilares del pensamiento de Sendero Luminoso. Lo que se intenta hacer en La sangre de la aurora es ironizar también en torno a eso. Porque Sendero tenía esta ideología de ver a la revolución como algo femenino, pero finalmente lo que hicieron, de manera contraria, fue bañar al Perú en sangre, incluyendo a muchas mujeres. Entonces, la novela ironiza parte de ese discurso, que hasta cierto punto es revolucionario, pero, aunque suene contradictorio, se puede volver muy conservador. Cuando una revolución se plantea sin las mujeres, definitivamente no es una verdadera revolución.
La revolución será feminista o no será…
-Completamente. No puedes intentar cambiar la sociedad sin tomar en cuenta a más de la mitad del mundo. ¿Qué revolución es esa? ¿Qué mundo sería ese sin la participación de las mujeres?
Basándonos en la historia del Perú en torno a Sendero Luminoso y lo que intentas plasmar en la novela, ¿dónde está el límite entre un movimiento social y una escalada de violencia que se escapa de las manos?
-Esa es una pregunta difícil, pero creo que hay que darle respuesta en algún punto. Dicho en términos muy simples, que no responden a la complejidad de la situación, creo que el límite está en el respeto a la vida y las condiciones de vida de cada persona. Pero allí también se abre una interrogante: ¿Hasta qué punto ese respeto debe permitir que todo siga igual? Es muy complicado. Ahora, los manifestantes muchas veces se limitan a pintar monumentos, y hay personas que se horrorizan más al mirar una estatua pintarrajeada, que al ver a alguien que no puede pagar su tratamiento médico. Es decir, ¿qué tanto te importan los monumentos? ¿O te preocupa más la vida humana? Yo creo que ahí habría que fijar los límites.
Como esas personas que priorizan un supermercado por sobre la vida de las personas…
-Totalmente. De qué vida estamos hablando cuando comparamos un monumento o un supermercado con un ciudadano. Lo que se está viviendo en Chile, con los ataques a los ojos, tiene un nivel de violencia estatal. No son casos aislados, es demasiada gente; pareciera ser algo voluntario y no un hecho casual. Es una represión del Estado bastante clara.
¿Cómo se vive la violencia hacia las mujeres dentro del mundo de la literatura? ¿Crees que aún son invisibilizadas?
-Estamos en este momento de inflexión, en donde nuestra voz está siendo escuchada y tenemos la sensación de que hay más mujeres escribiendo. Aunque creo que también debemos estar un poco alertas con esto. Primero, porque no hay que conformarse, siempre reclamar más espacios. Pero, al mismo tiempo, aunque esos espacios se están dando, hay que tener cuidado de que no sean los mismos nombres que se repitan. A veces, da esa sensación de que nombrando a tres o cuatro escritoras vamos a quedar tranquilas. Yo creo que es un proceso que todavía va a demandar bastante esfuerzo por parte de nosotros, de la prensa y de todos los medios literarios.
¿De qué forma la literatura puede ayudar a deconstruir estos modelos patriarcales?
-La literatura tiene todavía un porte bastante importante en este proceso de deconstrucción. Se dice que la palabra escrita está cediendo espacio a lo visual, pero pienso que no es así. La gente está leyendo más, aunque se crea que no. Yo antes miraba con escepticismo esa idea, un poco romántica, de que la literatura puede cambiar las cosas, pero cuando ves lo que produce tu obra, cuando recibes respuesta de los lectores, allí es cuando dices que sí, que la literatura sí puede tener una incidencia en lo social. Para el feminismo, hay que incluir voces que no han sido escuchadas antes o agregar perspectivas estilísticas narrativas que no han sido tomadas, o incluso repensar historias que ya nos contaron, que están tan normalizadas, tan oficializadas, y darles un giro. La idea es entregar otra manera de mirar el mundo que no perpetúe estos esquemas patriarcales. Yo creo que la literatura tiene todavía mucha tarea por delante.
Siempre se dice que el lenguaje crea realidades y, por lo mismo, algunos grupos feministas están intentando modificar ciertos usos del lenguaje castellano para que sea más inclusivo. ¿Es esa una forma de disminuir la violencia hacia las mujeres?
-Esa lucha es bastante grande y me parece muy importante. Yo creo que, tal cual, el lenguaje crea realidades. Somos lo que hablamos, lo que leemos, lo que escribimos. Y por ello, recalco esa tarea de cada escritor, de cada persona que esté dedicada a la palabra, de romper con esa gramática tan recurrente, que sigue repitiendo violencias. Debemos hacer que el lenguaje salga de eso, removerlo, crear una manera distinta de nombrar, ya que sabemos que así creamos realidades y damos la posibilidad de repetir o eliminar violencias.
Esta novela nació en un taller de escritura dirigido por Diamela Eltit. ¿Qué te parece su literatura? ¿Tienes algún otro referente en Chile?
-Yo veo a Diamela Eltit como a una maestra, la respeto mucho y admiro bastante su obra justamente por ese trabajo con el lenguaje que rompe las gramáticas de represión. Ahora, también estoy muy dedicada leyendo toda la producción epistolaria de Gabriela Mistral. Me gusta ver cómo su imagen fue cortada por ciertas narrativas conservadoras en Chile, pero que ahora se está dando una nueva visión disidente sobre su sexualidad. Y ahí es importante reflexionar cómo el feminismo y el pensamiento feminista pueden ayudar a pensar las cosas de manera distinta.
¿Qué libro me recomendarías?
Sangre en el ojo de Lina Meruane. Es casi como una premonición. Una novela de 2013 que supo leer ciertos signos de lo que estaba sucediendo en Chile y lo que está ocurriendo ahora.