
Por Jonathan Camps
Fotografía: Sofía Cotroneo
Escuchemos a la primera dama: “[…]estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas[…]” ¿qué cosa más sintomática, qué otro elemento más evidente respecto de la incapacidad para ver y escuchar de parte de un sector de la población que estas palabras? ¿Cómo nombrar de forma más evidente la situación del Chile actual?
No es menor la metáfora utilizada por Morel. El extranjero, el alienígena, es el otro, la alteridad por excelencia. Más aún, prestemos oído a las palabras, y en particular a aquella que resulta más risible. Nos remite al latín, “alienus”, que a su vez deriva de “alius”, cuyo significado es “otro”. Con esta palabra, alienus, se designa: a aquel que viene de otro lugar; lo poco familiar, hostil, sospechoso; extraño. No es menor que en esta derivación de alius, aparezca el otro como extranjero, y como sospechoso. De ahí que se haya pensado al alienígena de la ciencia ficción como amenaza. El otro puede ser una amenaza porque esconde algo, pero primeramente, porque se nos esconde, nos es velado en su aparecer, se muestra en su no mostrase, como ausencia. De ahí también que la ciencia ficción haya representado al alienígena principalmente de dos maneras, bajo el rostro de lo monstruoso o de lo bello, como si entre lo ominoso y lo sublime no mediara más que una valoración arbitraria.
Pero si el alien nos remite a ese otro que puede ser monstruoso, el extranjero se muestra como enemigo, pues es el primero en aparecer acá. El otro llega como un extranjero, como alguien de otra ciudad que viene a invadir. Como un extraño, como un enemigo, pues no son los amigos quienes nos invaden, con ellos hacemos pactos, dialogamos. En los amigos puede uno reconocer a un igual.
Sin embargo, la posibilidad del diálogo es imposible. Y no por el carácter invasivo de la aparición sino por todo lo que se deja leer en las palabras de la primera dama. Su retórica de la invasión, del extranjero y del alienígena, no hacen sino remitir al lenguaje del populismo que tanto critican los personeros del gobierno. En el discurso populista, el sujeto político se enarbola a partir de una delimitación identitaria entre un nosotros y un ellos. ¿Quienes son los que están absolutamente sobrepasados? ¿Se trata solo del gobierno o hay algo más? La pregunta se responde por sí sola si continuamos con las palabras de la esposa del presidente: “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. Otra vez, como una repetición hasta el hartazgo, lo que ocurre acá no es un mero desliz, una cuestión estilística secundaria, se trata del lenguaje con el que es designada la situación. Un lenguaje que a todas luces se queda corto pues para nombrar a ese otro, a esos demases que no están incluidos en ese nosotros, cae en el desliz de no tener palabra, “no sé cómo se dice”, apelando a cierta apofanticidad (decir algo por medio de lo que no es) del lenguaje.
El otro no puede aparecer para quien no tenga la capacidad de escuchar y de ver, pues exige de uno mismo un retiro, exige un acto de compasión o empatía tal que el sí mismo se vea trastocado. Sin esta capacidad el otro siempre emergerá de manera violenta. Y no porque no haya cierta violencia en la compasión y empatía, pues acá la violencia es hacia uno mismo, en el retirarse del sí mismo yo me violento a mí para que el otro entre, corro el riesgo de la exposición. No hay otro sin exposición de sí mismo. Si esperamos del otro que aparezca bajo la forma velada de un nosotros, dejará de ser otro, por eso el gesto de apertura ha de ser radical y asumir todo el riesgo. Riesgo que el “nosotros” de Morel no ha estado nunca dispuesto a aceptar, por eso las metáforas bélicas, la invasión. También, con el presidente, la guerra.
Quizás sea así después de todo. Quizás sigamos como en ese pasaje de la República de Platón, donde se hablaba de dos ciudades, la de los ricos y la de los pobres. De ser así, cada persona deberá verse a sí mismo y ver si tiene los privilegios o ha de esperar que ella y los suyos los compartan con nos-otros.