Ay, Susan, por qué escribes así

“Ser viajera, ser escritora; en mi mente infantil, empezaron siendo lo mismo”.

“Sí, me gustaría escribir de otro modo. Encontrar un tipo de libertad distinto del que tengo ahora. Como escritora tengo una cierta libertad, pero hay otras de las que carezco, y solo las encontraré si las practico. Kafka decía que nunca se está lo suficientemente solo para escribir, y tenía razón”. 

Susan Sontag
Por Sandra Bustos G.

Podrán gustarnos o no los libros de Sontag, estar interesados en su aporte intelectual o creerlo sobrevalorado; e incluso discutir si el mundo editorial se ha excedido en las publicaciones a propósito de su vida. Pero es difícil, muy difícil que no la consideremos una artista e intelectual absolutamente seductora.

Porque cómo no va a ser fascinante una mujer que con la misma convicción que escribe Notas sobre lo camp (que en una primera versión se tituló Notas de la homosexualidad)  se va a Sarajevo y monta la obra Esperando a Godot en pleno bombardeo serbio. Y lo hace además con desparpajo pese a lo controversial de su decisión.

Quién podría dudar del atractivo de una intelectual que así como se deja inmortalizar por Andy Warhol escribe obsesivamente sobre la enfermedad, su propia enfermedad, el cáncer, que finalmente la mata. 

Cómo no nos va a llenar de intriga que pese a estar en la cúspide de su carrera, nunca reconociera públicamente su lesbianismo. 

¿No es acaso interesante una judía que casi no habla de serlo?

Susan Sontag es contradictoria y fascinante, por eso Benjamín Moser, el mismo autor de la biografía de Clarice Lispector (Por qué este mundo) no dudó en interiorizarse durante siete años en una investigación para la cual realizó más de 500 entrevistas, indagó en los archivos privados de la escritora e inspeccionó su obra y sus diarios. Tras ese acucioso trabajo nos entrega un libro de casi 800 páginas que recibió el Premio Pulitzer 2019. 

Sontag. Vida y Obra es mucho más que una biografía, es un ensayo documentado, arriesgado y analítico que relaciona con maestría la vida y la obra de la que es considerada la intelectual pública más importante de la segunda mitad del siglo veinte.

Las fotografías de mi vida

El libro tiene un arranque magistral. Moser nos cuenta sobre una fotografía donde la abuela y la madre de Sontag son parte de la recreación del genocidio armenio, esto en 1919 cuando ambas participaban como extras en la filmación de la película Subasta de Almas. La imagen es conmovedora; no son armenias (son judías), no vivieron el horror (ese horror), pero ahí está el registro que pretende simularlo. Y digo que es un comienzo magistral, porque condensa aquello de lo cual Moser nos quiere hablar: la relación estrecha entre la vida y la obra de Susan Sontag, donde “el sentido de la vista proporciona la metáfora principal” de toda su creación y donde incluso cuando nos hace trampas para “negarse” y escribe en tercera persona, nos encontramos con sus libros más personales. 

“Las fotografías exponen la inocencia, la vulnerabilidad de unas vidas que se encaminan a su propia destrucción”, escribe Sontag. Sin que se cumpliera un año de esta foto fallecería la abuela de Susan, Sarah Leah Jacobson, a los treinta y tres años, cuando su hija Mildred tenía tan solo 14.  El padre de Susan, Jack Rosenblatt, también murió a los 33 años, cuando ella tenía cinco.

Todo sobre mi madre

Creo que en esta biografía Moser nos ayuda a entender de dónde viene todo ese aire glamoroso de Susan Sontag, algo que usó, pero que también pretendía negar, de la misma forma que mantendría una dual relación con su madre.

“Mildred siempre destacaría como una mujer bella, superficial y sofisticada al modo de Hollywood. En cierta ocasión, Susan la comparó con Joan Crawford, y más tarde otros compararían a la propia Susan con la misma diva”. A Mildred le costaba ser madre, en muchos sentidos era más bien una niña, lo que le gustaba era viajar con su marido y vivir en un mundo de cierta fantasía. Tampoco soportaba las realidades feas, las que tendía a embellecer o a negar. El caso más extremo es que tardó años en contarle a sus hijas, Judith y Susan, que su padre había muerto, y cuando lo hizo mintió sobre la causa de muerte (tuberculosis) y sobre dónde estaba sepultado. 

Estas “excentricidades” de su madre habrían influido de alguna forma en la necesidad de Sontag de buscar refugio en los libros y ahondado el resentimiento hacia ella, pero… “Se quejaba constantemente de que era cruel y egoísta, de que era muy superficial, pero era como oír a hablar a alguien de la persona amada”, dice Harriet Sohmers, una de las primera novias de Susan.  

Era una madre inasequible y Moser aventura que Susan “aprendió de ella a despertar la admiración erótica practicando una indiferencia esporádica”. Después de la muerte de su esposo, Mildred comenzó a beber, lo que agudizo esa distancia con sus hijas. “Los hijos de los alcohólicos se sienten cómo seres de otro planeta”, sentencia el autor.

Dominique Nabokov / Susan Sontag, New York City, 1979

El síndrome de la impostora

Frente a la aparente seguridad de Sontag, incluso su aire soberbio, se ocultaba una personalidad compleja. Se sentía un bicho raro  y vivió constantemente con el miedo a ser una impostora, algo así como ser mucho menos de lo que era. “Mi yo es enclenque, precavido, demasiado cabal. Los buenos escritores son ególatras consumados, hasta el punto de caer en la fatuidad”. Había un abismo entre Susan Sontag y “Susan Sontag”. 

En 1948 en sus diarios dibujó una lápida que decía: 

Aquí (re)posa

(en vida no hizo más que posar)

Susan Sontag

1933-195?

Para Moser, “no es casualidad que fuera de las figuras públicas más fotogénicas de su generación, ni que el protagonista de su mejor novela, El amante del volcán, fuera un especialista en “actitudes”. 

La mente separada del cuerpo

Susan escribió en sus diarios que le gustaba fingir que la mente estaba separada de su  cuerpo, y que, por lo tanto, este último muchas veces no estaba presente. Para Moser esto no solo era un juego intelectual sino reflejo de la compleja relación que tenía con su propio cuerpo y su sexualidad. “¿Cuántas mujeres estadounidenses de su generación tuvieron amantes de ambos sexos tan abundantes, bellos y prominentes? Y sin embargo, al leer sus diarios, al hablar con sus amantes, uno saca la impresión de que vivía la sexualidad de un modo tenso, con una determinación abrumadora, y que para ella el cuerpo era bien irreal, o bien sede del dolor”.

Negar la realidad del cuerpo, la habría llevado también a negar la realidad de la muerte con una obstinación pavorosa. Incomprensible para muchos de sus amigos. En su libro La enfermedad y sus metáforas no menciona ni una sola vez su propio cáncer. A lo largo de su vida, cuanto más le afectaba un tema en lo personal, más se esforzaba por reformularlo desde un punto de vista intelectual. 

No le gustaba dormir, relacionaba el sueño con la muerte, usaba anfetaminas para mantenerse despierta. “Le confesaría a su amiga Camille Paglia que, para terminar sus ensayos, simplemente pasaba dos semanas sin pegar ojo”.

 Fotografía: Wyatt Counts / Associated Press

“Un nuevo yo, creativo y vital”

Moser tiene una tesis sobre la identidad sexual de Sontag y es que era homosexual y no bisexual. Pese a que tuvo muchos amantes hombres, según el biógrafo nunca estuvo realmente interesada en ellos; pero en este asunto parece importante no perder la perspectiva de quién escribe: Benjamin Moser es homosexual y sigue existiendo un grupo de homosexuales que niegan la bisexualidad o que la entienden como una “transición” presionada por lo social. Disgregaciones a parte,  lo que resulta de interés es que el autor nos presenta variada información de respaldo para probar su tesis.

Como esta frase que extrae de sus diarios y que Susan escribe después de conocer a su amante Irene Fornés: “Siento por primera vez la posibilidad real de ser escritora. La llegada del orgasmo no representa la salvación de mi ego, si no algo más: su nacimiento. Para poder escribir, debo buscar mi ego. La única clase de escritor que podría llegar a ser es el que se expone a si mismo”.

Moser nos entrega las claves del impulso de la escritura de Susan, nos retrata el mundo intelectual de su tiempo por donde se pasean distintos artistas, nos enfrenta a los conflictos sociales de la época, escudriña en la fascinación de la escritora por la obra de Freud. Y en lo más personal nos habla de la relación con sus parejas; incluso nos cuenta cómo “nació” su mítico mechón cano. También profundiza en la relación con su hijo, David (quien le encargó la biografía, aunque no quedó muy contento con el resultado) y el miedo de Susan a perder su custodia,  lo que habría sido una de las principales razones por lo cual nunca habló públicamente de su homosexualidad.

En una entrevista para la revista española Contexto, el biógrafo confiesa: “Recuerdo días en el archivo en que me sentí contagiado por la tristeza de los diarios de Sontag. Todas esas dudas, esa ansiedad, esa sensación de pérdida, es difícil que no te acaben afectando. Eso sí, lo bueno de una biografía literaria es que sabes que todo aquello ha terminado por producir una obra brillante. Pero uno se da cuenta del dolor con que se ha gestado”.

Susan Sontag es el ícono de la intelectual moderna, en ella confluyen los dilemas de una época, pero además es aquella pensadora que necesita moverse para crear pensamiento. Nunca estar quieta, siempre estar observando, relacionándose; y por lo tanto, siempre estar dispuesta a repensar y contradecirse.

“Escribo en parte para cambiarme a mí misma y así, una vez que he escrito sobre algo no tener que volver a pensar en ello. Cuando escribo, escribo para sacarme ideas de encima. Podrá sonar desdeñoso para con el público, porque es obvio que antes de deshacerme de ellas las he transmitido como algo en lo que creía –y creo en ellas cuando las escribo-, pero no creo en ellas después de escribirlas, porque ya me he mudado a una nueva concepción de las cosas, y todo se ha vuelto aún más complicado… o quizás más simple”.

Sontag
Ficha técnica
Nº de páginas:
832
Editorial:
ANAGRAMA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa blanda
Año de edición:
2020
Traductor:
RITA DA COSTA

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