Por Rosa Emilia del Pilar Alcayaga Toro
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“Estarías tan de moda hoy día” (Angela Barraza Risso).
Divagaciones en torno a un libro que encontré acerca de Gabriela Mistral, del autor Grínor Rojo; su nombre: DIRÁN QUE ESTÁ EN LA GLORIA… (MISTRAL). Un texto que nos entrega algunas pistas que, para mí, resultan valiosas a la hora de preguntarme los por qué esta poeta es resistida por los jóvenes y por qué en nuestro país se lee tan poco. Confieso que tampoco estuvo entre mis obras preferidas. Y por qué Chile no la propone al Premio Nobel ni siquiera la distingue a tiempo con el premio nacional de Literatura. Dos caras de un problema que nos alejó de la poeta, pero con una raíz común.
Desde 1914 a comienzos de su aparición pública, leer a Gabriela significaba leerla bajo los criterios dictado por un ejército de críticos tradicionales, al arbitrio de una lectura superficial y sesgada, que la fue enclaustrando en temas como el amor imposible, la maternidad frustrada, la sublimación de ambas miserias en su dedicación a los niños, su catolicismo militante, su americanismo, su patriotismo y un supuesto antifeminismo que, más bien, en los años 50, con nuevas herramientas analíticas, sería su alegato a favor de la conyugalidad y una clara adhesión al esquema de la familia burguesa con el padre a la cabeza, la madre en su rol de tal y los obedientes hijos e hijas. No bastando con eso, esta patota con lápiz sentenciador usaba epítetos tan atrabiliarios como “divina Gabriela”, “santa Gabriela”, “reliquia de la Patria”, “florón de América”, entre otras horribles etiquetas.
MASCULINO Y FEMENINO
Vale la pena traer acá a Bernardo Subercaseaux, quien, en su ensayo “Masculino y femenino al comenzar el siglo (XX)”, indica que en Hispanoamérica la corriente literaria estuvo determinada por el proyecto nación, ideológicamente sostenido en una visión positivista del mundo; en donde lo femenino, al decir de Subercaseaux, era lo que denotaba lo foráneo, el ocio, la especulación y todo aquello que se asociara con lo pasivo y pusilánime; lo masculino, en cambio, al espíritu emprendedor y guerrero, al roto, al régimen presidencial, a las figuras de Prat y Portales, a una literatura que no fuera escapista. Cuando Amado Alonso y Ricardo Latcham analizan la obra de María Luisa Bombal, por ejemplo, escriben que, en ese tiempo, las reseñas críticas elogiaban a los autores por “el estilo vigoroso y viril”, aferrado a la tierra y a la lucha del hombre contra la naturaleza. No era raro, entonces, que los críticos tradicionales alimentaran una especie de leyenda blanca acerca de Gabriela para “sanitizar” la escritura de la poeta y “exorcizarla” de sus numerosos demonios y hacerla digerible para las buenas conciencias, a las que llegaron solo una única versión de la Mistral. A las opiniones de los “críticos tradicionales, pechoños y conservadores” –como los califica Grínor Rojo— les debemos ese desamor por Gabriela.
MACABRISMO EN MISTRAL
¿Cómo escapa Gabriela Mistral a la arremetida de lo que Grínor Rojo llama “la cuadrilla funcionaria, escuelera y periodística”? Para este autor la poeta es una figura admirable, pero no por lo que dijo e hizo sino por lo que no dijo y no hizo o por lo que dijo e hizo sin querer, a pesar suyo y con dolor. En este punto, necesario tener en cuenta que no es el dolor al que se refiere la mayoría de sus comentaristas y que es el dolor que ella se autoriza a sí misma, porque ese dolor que ella se autoriza y que coloca en la superficie de sus textos, de acuerdo a los cánones vigentes, son los consejos de patrones retóricos de fácil descubrimiento si nos dedicamos en serio a escudriñar sus poemas utilizando nuevas herramientas metodológicas y conceptuales, entre ellas, la teoría literaria feminista. “El dolor de Mistral –escribe Grínor Rojo- está más allá o más acá de su retórica del dolor. Bajar hasta los subterráneos donde nace, y determinar cuándo y cómo se filtra y fluye por entre las hendijas de su discurso ortodoxo, el mismo de cuyas limitaciones la poeta no pudo o no quiso enterarse, ha sido, -dice este autor- nuestro no tan tímido deseo”. En este mínimo e insolente recorte de las ideas de Grínor Rojo rescato una de las pistas en torno a la escritura mistraliana, la que se ha denominado “macabrismo” que, como una fórmula, es repetida a lo largo de toda su obra, en la que “el cadáver, el ataúd y la tumba son los centros de atracción imaginaria”. Insistente al respecto es el crítico literario Jaime Concha cuando sostiene que “el macabrismo del primer libro no es un aspecto incidental en su imaginación, sino algo consubstancial y estructuralmente duradero a través de su poetizar”. A los 15 o 16 años de edad ya Gabriela Mistral daba luces acerca de esta conjetura siniestra en su “Carta íntima”, año 1905: “No hay nada más extraño i triste que ese amor paradójico que hai en el alma por todo lo muerto o ido”. Como una especie de culto al amor mortis romántico tan en boga en esa época, ejemplos como Edgar Allan Poe y sus seguidores José Asunción Silva o Amado Nervo le permiten a nuestra poeta, utilizando esos código escriturales, escapar del código de la femineidad tradicional asociado a lo pasivo pusilánime y sin voz. SIGUE.
*Imagen extraída de T13.cl e intervenida.